En uno de los hermosos libros de mi querido Milan Kundera,
concretamente en La lentitud, aparece una de esas frases que llegan a ti para
armar en el cerebro la composición de cosas que tú ni siquiera sabes que
sabías. El autor de origen Checo
escribió: “la lentitud es inversamente proporcional al olvido”
¡Qué gran verdad!, ¿quiere comprobarlo?, realice este
sencillo experimento de imaginación. Sitúese caminando por la calle, pasea
tranquilamente observando escaparates y viandantes. Puede fumar si lo desea, al
fin y al cabo esta es su ensoñación y si usted no quiere, el tabaco no le dañará. Fíjese bien en esa
persona (usted) que camina, esté atento a su ritmo. De pronto una imagen se
cruza en su camino, esto provoca una asociación mental de ideas que trae
consigo un fatídico recuerdo, un pensamiento desagradable. ¿Qué ha ocurrido?
¿Cambió el ritmo del paseo? Camina mucho más deprisa ¿verdad?, intentando huir de ese recuerdo.
Es por ello que la velocidad es inversamente proporcional al
recuerdo.
Lecciones de este tipo me sirvieron en su momento no solo para
alimentar mi bendita locura, sino también para entender un poquito más al ser
humano. De hecho, partiendo de este
aprendizaje he desarrollado mi propia teoría. En ella los elementos
aparentemente independientes y sin relación son la vista y la velocidad.
Cientos de veces hemos escuchado eso de que fulanito o
menganito, siendo un experto en “hijoputismo” en su esfera laboral, hasta
parece buena persona en el cara a cara. O aquello de que Pepito, pareciendo tan
majo y buena persona en el trato
cercano, se comporta como un auténtico sátrapa cuando lo tienes de jefe. En
ambos casos la persona juzgada, la que porta dos máscaras muy diferenciadas
dependiendo del ámbito en el que se desenvuelva, es vista con dos gafas
diferentes, las de cerca (aquella que nos pone frente al otro y nos obliga a
ver detalles importantes) y las de lejos (aquellas que utilizamos para realizar
un visión lejana y defensiva de lo que nos puede dañar).
No trato de disculpar al que se comporta como un malnacido
en una esfera determinada, cada cual es responsable de TODO lo que hace durante
TODO el día en TODO lugar. Pero lo que me interesa destacar hoy es la visión de
una realidad muchas veces distorsionada por la forma y la distancia con que la
encaramos. Y cómo este mecanismo de generalización nos acaba empujando a todos
a un círculo vicioso de juicio a la defensiva.
Y aquí es donde entra el segundo elemento, la velocidad.
En los pueblos, por ejemplo, es más complicado encontrar una
generalización de cabrones. La distancia
entre los vecinos es mucho más reducida que en la ciudad, y el tiempo camina
mucho más despacio. Por ello, las relaciones entre los habitantes es más
cercana, más rica y con más información certera que la que se produce entre los
habitantes de una gran ciudad. Aquí las
gafas de cerca se utilizan la mayor parte del tiempo y esto acaba por reducir
el miedo que tenemos al otro, al desconocido.
Y es que el gran problema de juzgar a otros sin la
suficiente información (gafas de lejos) nos acaba convirtiendo a todos en
peligrosos a los ojos de los demás. Y esto, a su vez, nos lleva a comportarnos
en muchas ocasiones como capullos ante el temor de que si no saco los dientes
los otros me atacarán.
Este es el día a día de la sociedad moderna. Cada vez más
aislados en nuestros círculos de confianza, nos acribillan con informaciones
parciales sobre este y aquel para que, empleando nuestro natural instinto de
protección, acabemos por recopilar todos esos datos e inferir que el mundo está
lleno de gente mala. Y lo que es peor, generalizando un poco más, llegar a la conclusión de que en realidad el
hombre es malo por naturaleza. ¡No hay mayor falsedad que esta!, pero nos lo
hemos creído y ya apenas nos atrevemos a ponernos nuestras gafas de cerca
cuando salimos de las zonas de confort. Y si lo hacemos, ¡que sea rapidito! , no vaya
a ser que con el paso de los minutos nos relajemos y nos la acaben clavando por
la espalda.
Es la velocidad y la distancia visual la que influye negativamente
en nuestro juicio. ¿No es acaso en vacaciones, en una velada tranquila o en un encuentro fortuito con
alguien cuando no tenemos nada que hacer, cuando nos maravillamos descubriendo
al otro? “Qué gente más maja hemos conocido en el viaje” –dice una pareja
encantada tras sus vacaciones- “oye,
cómo molan tus amigos, estuve toda la noche hablando con ellos” – le dice un
amigo a otro-
Todas estas situaciones se dan cuando los dos factores de
los que te hablo confluyen: Velocidad (lenta) y Visión (cercana).
Esto no quiere decir que cuando los dos elementos se unen se
obra el milagro. No es así. Pero para que exista la posibilidad de descubrir a
alguien que merece la pena es necesario que el tiempo cambie el ritmo y las
distancias se acorten.
Podemos entonces concluir que: “Conocer es inversamente proporcional
al aumento de Velocidad y Distancia”
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