Cuando ya estaba a punto de darme por vencido, ocurrió.
Parecía imposible unir a una mayoría de españoles en torno a
un tema en el que todos, o una gran parte de ellos, compartieran el mismo razonamiento,
y sin embargo, llega el Tribunal de Derechos Humanos Europeo y obra el “milagro”. Por primera vez en mucho tiempo, una masa
ingente de españolitos ha decidido darse la mano… para volver a las cavernas.
Desde primera hora de la mañana vengo leyendo y escuchando una serie de “argumentos”
en contra de la decisión de dicho Tribunal que hacen que mi vello corporal haya
pasado de ponerse de punta a salir disparado.
Curiosamente, algunos de aquellos que se proclaman izquierdistas (que ya
tienen cojones los susodichos), se suman a esta manifestación en pro del
castigo ejemplar, olvidándose de esa cosa tan molesta y absurda de los derechos
humanos, a los que otros seguimos apelando.
Es difícil que nos pongamos de acuerdo sobre esta resolución sino
acordamos antes la base del asunto. Por
ejemplo, ¿Qué es una cárcel?
Con la respuesta a esta pregunta saldrá a flote la raíz del conflicto,
pues si bien todos podemos estar a favor de cuidar y respetar los derechos
humanos de la buena gente, la cosa se tuerce cuando hablamos de los derechos de
aquellos a los que, por una u otra causa, consideramos indeseables.
Luego entonces, continuando con la pregunta, ¿Para qué sirve una cárcel?.
No se apure, como hoy estoy de rebajas
(yo pongo las rebajas en otoño, no en primavera, más que nada por joder a El
Corte Inglés), se lo voy a poner más fácil.
Yo digo Cárcel y usted dice:
a-
Sobre
todo Castigo
b-
Sobre
todo Reinserción
Bueno, pues ya
tenemos conflicto.
Un sistema
carcelario cuyo eje gire en torno al castigo es, digámoslo claramente, un
método de venganza, similar al que predica el antiguo testamento, y cuyo único
fin es herir al que hirió.
Yendo a lo práctico,
olvidándonos por un momento de nuestra condición de seres humanos, y de lo que
ello conlleva, que es mucho olvidar, podemos comenzar diciendo que este sistema
es absoluta y demostradamente ineficaz. El
violador no deja de violar por mucho que se endurezcan las penas, el asesino
tampoco dejará de matar y el ladrón, si se ve en las mismas circunstancias,
volverá a robar.
Y recuperando el
lado humano en el argumentario, podemos decir que a la hora de juzgar a alguien
tenemos que distinguir entre el acto, despreciable siempre, y las
circunstancias, que a veces explican el
espantoso camino que decidió seguir el delincuente.
No voy a defender,
ni quiero, los actos de aquellos que de una u otra forma atentan contra la vida
de nadie, pero tampoco voy dejarme llevar por las tripas a la hora de pedirle
al estado un sistema justo para que la sociedad pueda defenderse de estos
señores.
Existe mucha gente
reinsertada, repito REINSERTADA, que en un momento de su vida cometieron un grave error y que después supieron volver a
la sociedad para convivir en paz con ella (lo siento por los vengativos, pero
para mí este ha de ser el eje). Y existirían muchos más si pusiésemos los medios
suficientes para ello.
¿Quiere esto decir
que invirtiendo dinero, medios, personal y compasión (lo sé, estoy loco) se acabarían
los delitos?. Pues miren, rotundamente
NO. Pero se iban ustedes a quedar pasmados del cambio que se produciría en la mayoría
de aquellos que abandonan la reclusión tras cumplir su pena.
Otros habría, qué
duda cabe, que seguirían cometiendo salvajadas terribles, pero es que hay
humanos muy, pero que muy perdidos. Y recuperarlos puede llevar toda una vida,
o más de una. Estos casos, seamos serios, son, afortunadamente,
excepciones. Por más que se empeñen
algunos medios de comunicación en hacernos creer lo contrario, no estamos
rodeados de asesinos en serie, violadores y locos peligrosos. Haberlos los hay,
pero en su justa medida. Y para muchos de ellos sería más razonable hablar de
un internamiento en un centro para enfermos mentales que en una cárcel.
Por otra parte,
volviendo al eje del castigo, encuentro un problemilla en el que algunos no han
caído y otros muchos no quieren caer: la venganza, sobre todo la social, es
insaciable. Aquellos que, siguiendo las órdenes de sus instintos, hoy piden
ampliación de condenas, mañana quieren cadena perpetua y pasado pena de muerte…
¿y después?... Pregúnteles a los familiares de las victimas cuyos asesinos
fueron ajusticiados. Su pena sigue ahí, en el mismo sitio que estaba antes de
la silla eléctrica, la horca o la inyección letal. Nada ha cambiado, porque su
desgracia no se cura matando a nadie, aunque este alguien sea el asesino de su
ser querido.
Una sociedad
humanamente desarrollada no será aquella que peor trate y aplique las condenas
más duras a sus delincuentes. Será, y sé
que esto que voy a decir a muchos les va a escocer, aquella que mejor cuide, en
la cárcel, a sus delincuentes.
No se trata de
regalarles flores a aquellos que cometan un delito, sino de mostrarles, con
firmeza pero con humanidad, que ellos también pueden formar parte de la
sociedad, y en la medida de lo posible, reparar aquello que hicieron.
Las penas actuales
existentes en nuestro código penal son ya suficientemente duras como para
castigar al que hizo algo terrible. El problema no es tanto el Qué (hasta 40
años de internamiento) como la Aplicación (qué se hace con esta gente mientras
está aislada de la sociedad).
Finalmente, quisiera
dedicar estas últimas líneas para manifestar mi más profundo desprecio para
aquellos que, como los responsables de los informativos de Telemadrid, están
aprovechando un tema tan sensible y doloroso como este para lanzar su habitual
intoxicación noticiera, sólo apta para mentes cortas. Con todo mi cariño, váyanse ustedes a la
mierda.
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