Tengo ante mí un reloj de arena. El efecto de este artilugio
es hipnótico y sobrecogedor. Los granos caen, uno tras otro, hasta que llega el
final.
Hace algunos años leí un cuento que me puso la piel de
gallina. Hoy, tengo una sensación distinta cuando su recuerdo acude a mí, pero
aún así, el fondo de la historia sigue pareciéndome impactante.
Como todas las historias que una vez fueron leídas o
escuchadas, y posteriormente volvieron a contarse, ésta, pasará por la
caprichosa criba de mis recuerdos y la no menos caprichosa deriva de mi pluma, al
ser nuevamente relatada. Dice así:
“Erase una vez (¡y una mierda!, mi cuento no comenzará
con esta puñetera frase tan trillada por aquellos, como Disney, que llevan años
convirtiendo los cuentos en basura)… Comencemos de nuevo.”
“Aquel hombre había adoptado un modo de vida nómada desde
hace años. Sin saber muy bien lo que trataba de encontrar, huyó de todo aquello
que ya no le servía para embarcarse en
una aventura sin anclajes. Llegaba a un lugar cualquiera y permanecía allí el
tiempo necesario para descansar, aprender lo que el lugar y sus gentes le
ofrecieran y emprendía nuevamente su camino. Con el pasar de los años visitó
cientos de lugares, conoció a numerosas personas y vivió un sinfín de
experiencias.
Creyendo haberlo visto todo y decaído ante la posibilidad de
haber entrado en un círculo por cuyos puntos ya había transitado, llegó hasta
un pueblecito perdido y aislado en la ladera de una montaña. Lo primero con lo
que se topó al internarse en este territorio fue el cementerio. Con la esperanza de encontrar algo curioso,
entró en el camposanto para indagar la forma en la que aquellos habitantes
daban descanso a sus seres queridos. Una tumba aquí y otra allá. Un enjambre de
nichos a la derecha y otro a la izquierda. ¡ Ayyyy!, suspiró el hombre al
constatar que nada nuevo había en aquellos ritos funerarios que no hubiera
visto ya.
Cuando se disponía a marcharse algo llamó su atención. En
las tres tumbas que tenía a sus pies se daba una extraña y macabra coincidencia.
Pablo J. M (2 años y 1 Mes); María Dolores G.L (3 años); Alejandro G.G (2 años
y 10 Meses)… Podría haberse tratado del entierro de un suceso trágico en el que
un grupo de niños murió en un accidente, pero las fechas de sus defunciones no coincidían.
Continuó leyendo lápidas, Alfonso L.J (1 año); María F.F (5 meses)…Las piernas
le comenzaron a temblar…Álvaro A.B (1 año), Jesús D.L.C (4 años); Carla S.G (4
años y 2 Meses) … ¡No puede ser, esto es terrible!, se decía mientras leía cada
vez con mayor espanto y rapidez…Alonso M.N (6 Años y 1 Mes); Cristina A.L (15
Días)..¡Oh, Dios Mío!... Ana D.L (1 Año y 3 meses)…
No pudo soportarlo más. Con las rodillas clavadas en el suelo,
se llevó las manos a los ojos buscando ese extraño consuelo que el tacto y
calor de nuestro propio cuerpo nos regala cuando el espanto aparece ante
nosotros. Nunca en su vida había visto
algo tan horrible como aquello. Todo un cementerio lleno de niños, de seres
inocentes que apenas habrían comenzado a vivir.
Una mano plagada de las manchas que allí deja el tiempo, se
posó sobre su hombro.
·
¿Qué le ocurre amigo?
·
¿No lo ve? (dijo el viajero levantándose con los
ojos enrojecidos y las manos humedecidas).
¿Qué ha pasado aquí?, ¿por qué murieron todos tan jóvenes?
·
¿Jóvenes?... bueno, hay de todo. Unos se fueron
demasiado pronto y otros tardaron más de lo que yo llevo por aquí.
·
¿Cómo?...pero en las lápidas…
·
No, amigo. Lo que usted ha visto no es la edad
que tenían cuando murieron. Lo que indicamos en las lápidas es el tiempo que
verdaderamente vivieron a lo largo de su existencia.
Lo último que supe de este viajero, es que
pasó mucho tiempo en aquel lugar. Quizás un día volvió a partir en busca de un
nuevo destino. Quizás se quedó allí “para siempre” porque encontró un lugar en
el que tenía mucho por aprender”
Un día, el último grano
pasará por el cuello del reloj para dejarse caer sobre los demás. En ese
instante, tal vez fugaz, tal vez eterno, sólo nos quedará la rabia del tiempo
perdido… o el placer de dejar algo valioso a nuestras espaldas.
Mientras tanto, los granos siguen cayendo.