Las épocas de vacas flacas son idóneas para la venta de gato
por liebre.
La repentina urgencia independentista surgida en Cataluña me
ha llevado a interesarme por el tema y a tratar de entender los argumentos de
aquellos que defienden la separación del estado. Los motivos expuestos pueden parecer razonables.
¿Qué mentecato reniega a mejorar los ingresos de la
comunidad en la que vive?. ¿Alguien no
quiere tener la oportunidad de gestionar su dinero como mejor le plazca?.
Según los independentistas, la separación del estado español
les reportará un beneficio económico y otro cultural (lo que podríamos llamar
la catalanidad).
No voy a profundizar en este último punto ya que soy incapaz
de comprenderlo y por lo tanto mal haría juzgándolo. No sé qué significa sentirse catalán,
español, andaluz o belga. Mis sentimientos hacia los lugares viajan tanto o tan
poco como lo hago yo, y puedo asegurarles que, tras nacer y vivir en Granada,
visitar gran parte de Andalucía, asentarme en Madrid, recorrer muchos lugares
de España, viajar por Europa o cruzar el charco, me he enamorado de Granada,
Madrid, Lisboa, Barcelona, Bilbao, Burgos, Praga, Nueva York, Berlín… etc, etc.
Bueno, también he maldecido algún otro lugar, no crean que soy tan facilón.
Y a ninguno de ellos pienso regalarles mi amor exclusivo.
Para mí, eso no tiene sentido, porque la
capacidad de amar es infinita y la exclusividad es esclavista. Pero repito,
este concepto es mío y nace de mi pecho (supongo que desde ahí viajó hasta la
sesera).
Respecto al tema económico hay mucha tela por cortar, pero
sobretodo hay un pequeño detalle que lo desmonta todo: Lo prometido es una posibilidad
que puede ocurrir o no, exactamente igual que si los catalanes decidieran
quedarse dentro de España.
Veamos:
Los ingresos de una región dependen de un cúmulo de
variantes que no siempre podrán controlarse dentro de dicha región, y si no que
se lo pregunten a España. Salvo que uno pueda autoabastecerse, y no creo que
ese sea el caso, el éxito financiero de un lugar depende de que el mercado le
sea favorable, y para navegar plácidamente en este mar no basta con tener un
buen barco, también hay que tener en cuenta el capricho de los mares.
Además, y ya que estamos desmitificando, vamos a resaltar
algo obvio que sin embargo es utilizado a la inversa por parte de muchos
políticos y poderosos: Andalucía, Extremadura o Castilla la Mancha, por poner
los tres ejemplos más recurrentes, no viven de Cataluña. El principio de solidaridad dicta que
aquellos que más tienen (y tienen por una serie de causas en las que Andaluces,
Extremeños y Manchegos colaboran) compartan beneficio con aquellos que menos
tienen (y tienen menos porque en el reparto de industrias, infraestructuras y
puestos de trabajo salen perjudicados por la misma ley de mercado que beneficia
a Cataluña, Euskadi o Madrid).
Determinar que es justo estar por el encima del otro porque
en ese momento tu capacidad es mayor, es intencionadamente olvidadizo y mezquino.
Va en contra del estado solidario en el que yo sí creo. Uno está arriba o abajo
en función de unas circunstancias que han marcado la historia, y que no siempre
han sido ni justas, ni mérito del
beneficiado.
Imaginemos algo: Cataluña se independiza. Entra en la unión
Europea y comienza a competir en el mercado. En ese momento (les recuerdo que
esto es inventado) España comienza a despegar económicamente y firma acuerdos
para que sus productos y su industria prevalezcan sobre las catalanas (se
siente, la crueldad del mercado es así). Poco a poco, al no poder competir en
las mismas condiciones, Cataluña se empieza a empobrecer. Y ahora, señor
catalán independentista, ¿Cómo se siente usted cuando desde Berlín dicen que
son ustedes unos vagos?, ¿Qué le parece que España o Francia crean que son
ustedes un lastre para Europa?, ¿les
gusta el cartel de pedigüeños que injustamente le han colgado?. No ¿verdad?. Qué casualidad, es lo mismo que
siente un andaluz, un extremeño o un murciano ahora.
No seamos inflexibles, las fronteras mutan. Lo han hecho a
lo largo de la historia y lo seguirán haciendo hasta el día que comprendamos
que son absurdas y dañinas para todos, o hasta que el ser humano desaparezca de
la tierra víctima de su propia estupidez.
Lo que menos me gusta de este tema es el intento de crear
dos frentes a los que te tienes que adscribir sin posibilidad de variación. Uno
españolista y otro catalanista. Pues mire usted, hay más opciones, tantas como
personas habitan este país, y yo voy a dejarles la mía: “frontedestruccionista”
(dícese de aquel que con goma imaginaria recorre las líneas artificiales de los
mapas para dejar tan solo aquellas que la naturaleza puso allí).
Tras escribir esto pasaré por anticatalán para algunos, por
antipatriota para otros. No me importa, no entiendo a qué se refieren. Quizá
hablamos idiomas diferentes, y en este caso no estoy hablando de lenguas.