Me pregunto cómo es posible que a estas alturas a ninguna
empresa de seguros se le haya ocurrido crear una póliza para la primavera.
Les parecerá una estupidez, pero teniendo en cuenta la contagiosa
inercia de contratar seguros para cubrir cualquier peligro que se nos pueda
presentar en la vida, la verdad, a mí no me parece tan absurdo.
A ver, tampoco seamos talibanes en este tema. Un seguro que
cubra los desperfectos que tu coche pueda producirle a otro, y viceversa, en
caso de accidente, me parece una idea lógica. Sobre todo teniendo en cuenta la
jungla en la que te adentras cuando decides conducir por determinados
lugares. Incluso un seguro que cubra el
valor de tu vivienda y los posibles accidentes que puedas causarles a otros
vecinos, también es lógico.
El problema es que, en esto también, hemos traspasado hace
tiempo la frontera de lo coherente. Por ejemplo, contratar una póliza por si tu
perro muerde a alguien y éste decide denunciarte, es ponerle demasiadas tiritas a las posibles
heridas del futuro. Ya que, al contrario de lo que algunos tratan de vendernos,
un perro normalmente no va a morder a nadie. Y si lo hace, el dueño y
responsable del animal, la víctima o quizás ambos, han actuado de forma
indebida con el can. Pero claro, eso no vende. Es mucho mejor, para el negocio
de los que viven del miedo ajeno, convencer al personal de lo peligrosísimo que
puede resultar un perro.
Desde esta perspectiva catastrofista cabría también
contratar un seguro contra las picaduras de abejas (ya que hay gente que, al
ser alérgica a este veneno y no recibir la debida asistencia, acaban muriendo),
contra los atascos (pues si te pilla un infarto inmerso en uno de ellos la has
cagado) o, como decía al principio, contra la primavera (que es una época de
fuerte cambio que trastoca física y emocionalmente)
Pero ¿por qué aceptamos esta idea de asegurarlo prácticamente
todo? Seguro (que bien traída está la palabrita ¿eh?) que ustedes tienen su
propia teoría, pero como el que escribe en este rinconcito de internet soy yo,
tendrán que aguantar la mía.
Verán, la mayoría de las veces que actuamos de forma absurda
suele ser por dos motivos: miedo e inconsciencia. Y este caso no es una excepción.
Una sociedad controlada es aquella que vive bajo una falsa
presunción de seguridad. Los poderes del estado, con fines puramente
económicos, y por ende de poder, venden una ficción que es muy fácil de comprar
cuando la población no es consciente de su condición humana. Y cuando esta
condición no es aceptada, se vive bajo el tremendo peso del miedo.
Es paradójico, pero aceptar que la vida está llena de
accidentes de toda índole e importancia, es lo que podrá llevarte a perder el
miedo y sentirte más seguro. Aunque la estadística juegue a nuestro favor,
siempre podremos ser víctimas de una excepción y morir fulminados por un rayo,
atropellados por un camión en un paso de peatones perfectamente iluminado o
aplastados por la caída del techo de nuestro amado y calentito hogar. Nadie
puede asegurarte que eso no vaya a ocurrir, esa es la primera lección a
aprender. Aunque es bastante improbable que ocurra, esta es la segunda lección
a aprender, y en este caso el orden de las lecciones es muy importante.
De esta forma uno podrá comenzar a vivir cada uno de los
días de su vida como algo especial. Algo lógico, porque en realidad son
especiales. Por muy monótonas que se hayan convertido nuestras vidas, no existe
un día igual a otro. Cosa distinta es que nos paremos a comprobarlo. Pero
cuando uno llega a esa conclusión y lo experimenta, acaba por dejar de perder
el tiempo en prepararse para lo que pueda venir y se centra en lo que ya está
aquí (que por otro lado es lo único real). Así que, llegados a este punto, ¿Cómo
podrían venderme seguridad? Sencillamente no podrían, porque sé que no existe.
Lo siento, es probable que algunos de los que lean estas
líneas comiencen a sentir un pequeño sofoco por haber reparado en algo en lo
que preferían no pensar. Pero créame, es imposible la felicidad sin pasar antes
por la aceptación. Y usted quiere ser feliz ¿verdad?
Además, no es tan grave. ¿Recuerda usted cuando se enteró de
que los reyes eran los padres y se le vinieron todos los esquemas abajo?, pues
esto es más o menos lo mismo. Aquella vez le toco madurar, crecer, cambiar. Y
este caso también, de eso se trata.
La aceptación de la
inseguridad que supone la vida es seguramente la mejor manera de asegurarse una
vida más feliz de la que ahora le otorgan todos sus seguros. Perdón por el juego de palabras, me apetecía
escribirlo, aunque no estaba muy seguro (¡uy!, otra vez) de que les gustara.
Para concluir, permítanme un último experimento. Busque con
la mirada a alguien por el que sientan cariño, un hijo, un padre, un perro, un
amigo, da igual. Mírenlo y piensen por un momento: ¿Quién me asegura a mí que
mañana volveré a verlo? ¿No le dan ganas de correr hacia él y abrazarlo, vivir
el momento intensamente?
Si es así, enhorabuena. Ya ha comenzado a entender, seguro.