Una vez más, el remedio fue peor que la enfermedad. La
vuelta a casa de Conflictivo solo ha servido para ahondar un poco más en la
espiral de locura en la que parece haber entrado. Desde aquí, aprovechando el
canal comunicativo que hemos abierto y por el extraño cariño que te estoy
cogiendo, te ruego amigo Conflictivo que te moderes un poco. Quizá deberías de
empezar a dudar si aplicar ese manual para machotes que mencionas, es lo mejor
para ti. Un abrazo. Quino M.
La misiva de hoy dice así:
Mi apreciadísimo amigo
y editor,
Como te contaba al
final de mi última carta, me propuse ponerme manos a la obra con el capítulo
titulado “Cuando dicen No quieren decir SI, porque en el fondo son todas unas
putas”. El título ya se muestra revelador ante una gran verdad que explica de
forma sencilla ese comportamiento lunático que tienen las mujeres. Era el
momento de comprobar empíricamente los datos.
Tanto tiempo
creyéndome humillado por mis compañeras de trabajo, y ahora resulta que las muy
zorrillas estaban en realidad coqueteando conmigo. Lo confieso, no lo había
captado. No estoy avezado en el lenguaje femenino, y pensé que cuando me
mandaban al cuerno al proponerles una cita, expresaban todo el asco que les producía
la idea. Ahora ya sé que no es así, y es hora de remediarlo.
Camino de la empresa
donde trabajo, y a la que he faltado, sin avisar, unos días por el problemilla del juicio, me
topé con un grupito de jovenzuelos con camisetas blancas y pañuelos amarillos
anudados al cuello. Se dirigieron a mí para ofrecerme unos panfletos con mucha
amabilidad.
-
Hola, ¿Puedo
preguntarle su nombre? –me dijo uno de los muchachos-
-
Pues claro, si
sabe hablar estoy seguro de que podrá. –le repliqué ante su extraña pregunta-
-
Ah…ya… bueno,
verá, yo me llamo Jesús del Campo y
estoy aquí junto a mis compañeros para expandir la palabra de Dios.
-
¡Vaya!,,, y ¿Cómo
se hace eso?, ¿escribís la palabra en una goma y tiráis uno de cada lado? –
pregunté abiertamente intrigado-
-
(tras un silencio
inquietante con los ojos como platos) ..Bueno, tome, que tenga un buen día.
Me entregó unos papelitos en los que pude ver unas fotografías del
señor de pelo largo ese al que unos romanos obligaban a llevar unos palos. Yo
ya había visto algo de la película el otro día en el cine, y como aún no estaba
muy lejos, y ya que había sido tan amable conmigo, quise advertirle para que no
perdiera el tiempo ni el dinero.
-
Ehh, Jesús.
Créeme, esta historia es una mierda. Es aburrida y no cumple con lo que
promete. Dedica tu tiempo a otra cosa porque esto produce arcadas.
Qué menos que un simple “gracias” ante mi advertencia. Pues no,
claramente enfadado se marchó corriendo lejos de mí. Al llegar junto a sus
amigos, estos le abrazaban como si estuvieran consolándolo. Supuse entonces que
se llevaba comisión por cada espectador que se llevará al cine, y que mi
negativa, aunque correctamente argumentada, le había dejado deprimido. Me dio
lastimica, pero este mundo es para valientes, y el tal Jesús era un poco
nenaza.
Me detuve unos minutos para tomar un café con tostadas y churros en una
terraza, iba con tiempo, mi horario laboral comenzaba a las diez y apenas eran
las once y cuarto. Tres cuartos de hora después, pude ver como un grupo muy
amplio de chavales con pañuelo amarillo entraban en un edificio con puertas de
madera. Entre ellos pude reconocer al chico de antes. De la masa se separaron
dos chavales que vinieron hasta donde yo estaba. Antes de poder reaccionar, me
habían colocado una pegatina en mi camiseta de tirantes, junto a la corbata. Al
despegarla pude leer un mensaje: “Jesús Te Ama”.
Ahora lo entendía todo. El tal Jesús no estaba decepcionado por perder
una comisión, sino que se había enamorado de mí. Por eso clavaba su mirada tan fijamente mientras yo le hablaba. Lo entiendo, es normal, mi madre,
siendo yo niño, ya me decía lo guapo que
era, aunque llevará décadas sin repetirlo. Pero sintiéndolo mucho yo no
soy Gary, como esos de las carrozas.
Tenía que sacar al chico de su error, y me dirigí corriendo al edificio donde
acababa de entrar.
Al abrir la puerta un extraño olor a quemado y una sospechosa luz tenue
me recibieron. Estaba sudadito por la carrera, así que aproveché el lavabo de
la entrada para refrescarme. Era un poco raro, no tenía grifo ni tapón, pero
había agua y a mi me valía para enjuagarme los sobacos y la cara.
Algo pasó mientras tanto, pues un murmullo se extendió por todo el
lugar y al terminar de secarme con la falda de la estatua de una señora que
lloraba (que mal gusto para la decoración), todos me miraban. Busqué con la
mirada a Jesús, pero como no lo veía, me dirigí al fondo de la sala.
Afortunadamente había un micrófono sobre un escenario de mármol (deduje
entonces que era un teatro) y lo aproveché.
-
Si, uno, dos,
uno, dos… - tras comprobar que estaba conectado pude explayarme-
-
Jesús, no te
escondas. Yo sé que estás aquí, pero aunque tu me ames yo no puedo
corresponderte. A mi los penes no me gustan… bueno el mío sí, pero eso es
distinto…
La sala comenzó a alterarse. La gente se levantaba de los bancos (por
cierto, que teatro tan incomodo) y gesticulaba violentamente. Yo no quería
dejar mal al muchacho, así que proseguí.
-
Jesús no pasa
nada. Tu no eres normal, estás enfermo pero seguro que puedes curarte con una
buena terapia de electroshock…
Fue entonces cuando un señor con un camisón blanco y una bufanda morada
salió de un lateral y me propinó un fuerte golpe en la cabeza con una linterna
analógica enorme, de esas que hay que encender con un mechero.
Desperté en la calle, curiosamente junto al edificio donde trabajo.
Alguien de la secta esa debió leer la dirección en la tarjeta de entrada que
portaba en mi cartera y me dejó allí. Afortunadamente eran las dos y cinco,
todavía llegaba a tiempo al trabajo.