Sé que a más de uno no le voy a convencer, pero me lo vais a
permitir. Hoy voy a enfundarme el turbante y a escribir unas líneas a ritmo de
mantra.
Desde el punto de vista tradicional de la espiritualidad asiática,
por ejemplo en la india, el ser humano se compone de varios cuerpos. El físico
es uno de ellos, el mental es otro y el energético otro más. No son
completamente independientes, interactúan y se necesitan para sobrevivir. En
todos ellos es necesario el equilibrio, ya que de no ser así, es decir, de
estar desequilibrado uno de los cuerpos, el resto se ve afectado. Las
enfermedades son el resultado de la falta de armonía en uno o varios de los
cuerpos. De hecho, en realidad no existen las enfermedades, sino la enfermedad,
o sea el desequilibrio.
El cuerpo energético tiene mucho que explicar, pero me voy a
centrar en algo de lo que seguro han oído hablar alguna vez: los chacras. Estos
son los centros de energía del cuerpo, y son muchos, pero fundamentalmente
hablamos de siete grandes chacras.
Un ser en estado activo de evolución comenzará a desarrollas
sus chacras desde abajo hasta arriba. Como en todo, hasta arriba solo llegan
los mejores, los más evolucionados, los más valientes y los que más han
trabajado. Aún así, conste que no todos los que trabajen, se esfuercen y se
atrevan llegarán hasta el final. Depende de tu capacidad, de tu karma y de
otros misterios en los que no vamos a entrar.
Pero volviendo a la visión general del cuerpo energético,
podemos decir que para llegar al corazón (4º chacra y comienzo de tu verdadero ser) primero hay que
desarrollar los chacras inferiores. Y es aquí donde quería llegar.
Las imágenes aparecidas en los medios de comunicación en
referencia a la celebración de los San Fermines 2013 me han sobrecogido. Ver
una estampa de bacanal en el siglo XXI en la que no se sabe muy bien si hay
pura diversión o intento de agresión, me deja una extraña sensación de mirar
sin saber que es en realidad lo que estoy viendo. Si estuviera seguro de que
todo lo allí ocurrido era consentido, pensaría que es una orgía a gran escala,
y punto. Te gusta o no, participas o no, lo aplaudes o lo abucheas, pero nada
más. Sin embargo, a mi no me queda claro que es lo que estaba ocurriendo en esa
plaza. ¿Tengo derecho a sobarle las tetas a una chica que decide quitarse la
ropa embriagada por la fiesta y algo más?, pues NO. ¿Y si no está borracha?,
pues TAMPOCO.
No sé hasta que punto disfrutaron o sufrieron aquellas
jóvenes la fiesta, pero todo esto me conduce hacia una imagen común: la de un
numeroso grupo de seres anclados en su parte más baja, más animal, menos
consciente.
No me malentiendan, no estoy en contra de la expresión
sexual, privada o pública, todo lo contrario. Lo que me preocupa es ese dejarse
llevar por el animal instintivo que todos somos. Negar tus instintos y
necesidades es absurdo y contraproducente, como muestra ahí están las iglesias
y su enfermiza costumbre de aplicar siempre la represión sexual para controlar
al populacho. Pero no es el sexo en sí lo que les preocupa, sino la libertad.
Llevados por un miedo profundo y enraizado a través de los siglos, intentan
frenar la evolución del individuo. Están tan anclados en sus bajos fondos los
“verdugos” como sus “victimas”.
Las iglesias, afortunadamente, han ido perdiendo poder sobre
el pueblo con el paso de los últimos años en algunos países. Pero la semilla
que han sembrado durante tanto tiempo continúa dando sus frutos. La aparente
libertad que hemos adquirido es ficticia. Si el resultado de romper con la
prohibición de hablar, ver o practicar sexo se ve traducida al espectáculo de
Pamplona, es que no hemos evolucionado nada. Estamos dando vueltas sobre
nuestra base. Si lo pensamos bien, es incluso peor. Antes nos cerraban la jaula
para no escapar, ahora la puerta está entreabierta, pero no salimos.
La respuesta de un ser en crecimiento que consigue la
libertad sexual (equilibrando su segundo chacra), es la de disfrutar del sexo,
la de no escandalizarse por ver un cuerpo desnudo, la de ser creativo en sus
relaciones y, por supuesto, la de no sentir el impulso irrefrenable de lanzarse
sobre una jovencita que exhibe sus pechos en público.
Una cosa es admitir, aceptar y disfrutar tu parte animal, y
otra bien distinta cómo la gestiones.
Es absurdo, inútil y dictatorial tratar de prohibir la
pornografía o la prostitución, siempre y cuando esta se practique con
consentimiento de ambas partes. Pero la libertad no consiste en eliminar esas
prohibiciones, hay que ir más allá. Hay que romper con nuestras propias
represiones. Como bien decía Osho, el Vaticano y Playboy son lo mismo. Se
necesitan la una a la otra. Son la misma moneda represora con distinta cara.
Quien alcanza la libertad sexual no necesita pornografía ni doctrinas morales
porque vive el sexo.
El equilibrio es la respuesta. Pero no puedo darle más
pistas, porque no sé más.
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