Gorka Landaburu y Francisco José
Alcaraz son dos víctimas de ETA. El primero sufrió en carne propia un intento
de asesinato que le dejó importantes secuelas. El segundo padeció la pérdida de
varios seres queridos a consecuencia de un atentado con coche bomba.
Determinar cuál de las dos acciones sufridas trajo a sus
protagonistas mayor dolor o peores secuelas es imposible. Estas cosas no pueden
medirse.
Los dos personajes mantienen una actitud dispar a la hora
de encarar esta durísima injusticia. Gorka, opta por la vía del perdón, por el
camino del que trata de comprender a aquellos que un día quisieron verle muerto
y pusieron para ello toda su intención. Francisco José, en cambio, se mantiene
firme en su promesa de no parar nunca en la lucha contra los terroristas, no
ceder ni un milímetro ante los que ajaron su corazón.
¿Quién de los dos me merece mayor respeto? Sin dudarlo, ambos.
El dolor es un sentimiento demasiado complejo y
autodestructor como para que encima nadie trate de presionarnos tratando de que
llevemos nuestro desbocado sufrimiento a su estable punto de vista.
¿Quién de los dos merece más admiración? En este caso, y
dicho sea con el más profundo de los respetos, Gorka.
Y digo esto porque habiendo llegado ambos al mismo
infierno, uno ha decidido comenzar el camino de vuelta, y el otro sigue esperando
que aquellos que causaron su dolor vengan a reemplazarlo entre las calderas de
Lucifer.
Repito, y no me cansaré de hacerlo, que entiendo ambas
posiciones, y que no soy quien, ni trato de serlo, para decidir cuál es la opción
que hay que tomar. Pero desde el plano del que no padece ese sufrimiento, sí
que puedo expresar lo que veo.
Y veo a un hombre que espera lo imposible, pues por mucho
que afile su venganza, por dura que pueda ser la condena contra los asesinos,
no abandonará el infierno. Podrá sentirse allí acompañado por los asesinos,
pero nadie llegará para darle el revelo. La salida solo depende de él.
Y ésta llega emprendiendo el camino de vuelta. Pero para
comenzar a salir de allí, y ahora viene lo difícil y mi admiración por Gorka,
primero hay que soltar el peso que nos cargamos en la espalda el día que
bajamos al averno: Irremediablemente hay que perdonar.
Ahora es cuando las entrañas de muchos de los que lean
estas líneas comienzan a soltar sapos y culebras que, tratando de traducir en
palabras, vendrían a decir algo más o menos así:
·
¿perdonar a quien mató a tu hija, a tu
hermano o a tu marido? Eso es imposible
·
Esa gentuza no se merece el perdón
·
Primero que sufran esos malnacidos y luego
veremos
·
Esto lo escribes porque tú no has sufrido
algo parecido y no tienes ni puta idea de lo que estás hablando….
Serían muchas frases más las que podría mostrar
intentando ilustrar los sentimientos que despiertan palabras de perdón cuando
nos referimos a unos asesinos, pero con estas cuatro es suficiente para tratar
de explicar lo que quiero.
Uno, perdonar en cualquier caso y circunstancia no solo
es posible, sino que es una de esas cosas que consiguen las mejores PERSONAS
(no digo humanos, digo Personas) y por supuesto no digo que yo me encuentre
entre ellas.
Dos, todo aquel que en conciencia se arrepienta del mal
causado es merecedor de perdón, pero no por ello será perdonado. Eso solo
depende de la víctima. Y ésta está en su derecho de decidir lo que quiera, sea
lo que sea, y aunque esa decisión le perjudique.
Tres, el sufrimiento ajeno, incluso el de nuestro verdugo, no elimina el propio. Puede
incluso que lo aumente, por muy extraño que pueda parecerle.
Cuatro, tiene usted toda la razón. Ya le dije
anteriormente que no pretendo dar lecciones.
Pero la clave de todo esto está en poner el foco en la
victima cuando tratamos de ayudarla y dejar de volver una y otra vez la atención
hacia los asesinos. ¿Qué importancia
tiene para el agredido el sufrimiento del asesino si éste logra deshacerse del
suyo? Esa es la parte que a mí me
interesa, la que atañe al inocente, la que puede devolverle la paz.
¿Estoy con ello pidiendo la puesta en libertad de los
asesinos arrepentidos? No. La vida tiene acciones y consecuencias, y aquel que
realmente esté arrepentido será el primero en entender que tiene que asumir
unas consecuencias, y la cárcel no será la más dura de ellas. Pero, como digo,
esto solo atañe a los arrepentidos.
En definitiva, antes de sacar desde la más profunda
oscuridad nuestros peores insultos, inyectar los ojos en sangre y unirse a la
multitud pidiendo venganza, sería bueno pararse un segundo a pensar si esa es la
mejor forma de ayudar a la victimas.