Salgo de casa vestido con una sonrisa y armado de buenas
intenciones. Hoy toca hacer la compra del mes, concepto éste que inventamos a
partes iguales los miembros de mi generación (sin tiempo ni ganas de emular el
quehacer diario de nuestras madres) y los empresarios de grandes superficies
(hambrientos siempre de nuestro dinero y especialistas en vender aquello que no
necesitas).
Mientras me dirijo a una gran superficie para cargar el
coche de alimentos del cuerpo y el capricho (ese es el problema de ser débil y comprar
en un gran centro comercial), pongo la radio para amenizarme el camino. Llega
entonces a mis oídos la primera advertencia en forma de cuña publicitaria. En
esta, una señorita se mofa del personal confesando lo bien que se lo ha pasado gastándose
tu dinero. Ese que te ha sisado interceptando tu tarjeta de crédito, DNI…etc.
Una voz masculina cierra la cuña advirtiendo: “te puede pasar a ti”, a lo que
añade el nombre de la compañía que velará por tu defensa jurídica.
El miedo está instalado, siguiente cuña.
Otra señorita dialoga con su amiga sobre la incompatibilidad
existente entre ser feliz comiendo todo lo que uno quiere y tener un cuerpo
aceptable (¿aceptable por quien?, ¿por ti?, ¿por tu marido?, ¿por tus amigos?, ¿por la
sociedad?... es más, ¿aceptable para qué?).
Afortunadamente la amiga tiene una “solución” encapsulada que
te permite desfogar toda tu ansiedad devorando grasas y azúcares, y mantener al
mismo tiempo una línea envidiable (pienso, ¿línea?, ¡qué tontería!, con lo que
a mí me gustan las curvas).
La culpa ha sido activada, siguiente spot, please (este
último término exportado lo pongo para ser coherente con el anterior, que
aunque algunos parecen haberlo olvidado, es también de exportación).
Decido cambiar de emisora, probar suerte en otro punto del
dial donde quizás puedan aportarme algo menos pesado que la culpa y el miedo.
No hubo suerte, también emiten publicidad.
Un señor acaba de ser rechazado en una entrevista de
trabajo. Es licenciado, con buenas referencias, magníficas aptitudes para el
puesto, pero… no sabe inglés. El otro candidato se acaba de hacer con la
vacante gracias a sus conocimientos de la lengua que tan bien utilizaba, cuando
la ginebra no le salía por las pupilas, la Reina Madre (a ver… lo digo en plan
metafórico, no quiero decir que se haya morreado con la Duquesa de York… que si
lo ha hecho a mí me da igual, allá cada cual con sus perversiones). El caso es
que nuestro primer aspirante ha quedado K.O por “insuficiencia Britán”.
Tengo que comentárselo a un amigo, maneja perfectamente
cinco idiomas, entre ellos el inglés, y lleva dos años en paro. Quizás lo
aprendió mal…
El sentimiento de irresponsabilidad se suma al circo. Si ya
lo sabía yo. El problema no es la crisis, ni los que la activaron, ni los que
se están haciendo de oro con ella… no, el problema es que… ¡¡¡¿no hemos
estudiado suficiente inglés?!!!.
No puedo más, pongo un CD. Pero no puedo evitar ponerme a
pensar en los crueles mecanismos publicitarios. Es complejo y cabrón el esquema
que siguen los publicistas para conseguir que compremos sus productos.
Existen tres capas principales en todo anuncio, como en la
piel humana (¡qué curiosa coincidencia!):
A-
La epidermis sería el mensaje inocente de un
vendedor que ofrece su producto. Por ejemplo, si tengo pastillas para adelgazar
se las ofrezco a buen precio.
B-
La dermis es la creación de una necesidad, sea
esta real o no. De hecho en la mayoría de los casos será ilusoria. Para ello
hay que disfrazar el producto. Usted está “gordo/a” y yo voy a convencerle de que debe adelgazar,
aunque usted no se lo haya planteado hasta este momento.
C-
La hipodermis soporta la parte más cruda del
proceso. Aquí voy a apelar a todas sus miserias. Si usted no tiene un problema
de salud con su peso pero este no coincide con el estándar aceptado socialmente…
no lo niegue, usted no es atractivo, no puede triunfar, no tendrá nunca todo el
amor que necesita… incluso puede que comience a dar asco, esa carne sobrante es
símbolo de su impotencia, de su cobardía, de lo más feo que habita en su
interior.
No estoy hablando de salud. Lo que me interesa ahora es la acción que
ejerce la publicidad sobre usted, metiendo el dedo y removiendo sobre una
herida. Haciéndole creer que NECESITA
mis pastillas para ser aceptado por los demás, para ser aceptado por usted
mismo. Contribuyendo a consolidar esa venda estúpida que nos impide ver la
realidad, esa que nos muestra que en el fondo SOMOS MARAVILLOSOS.
No es necesario tener una ropa
determinada, un teléfono concreto, un coche modernísimo, un cuerpo perfecto,
unos hijos listísimos, un perro de diseño, una casa inabarcable, un yate
poderoso... etc, para ser geniales. Por una sencilla razón, ya somos geniales.
Lo fuimos desde el momento en el que asomamos la cabecita al mundo por primera
vez, quizás incluso antes (pero ese es otro tema), pero la sociedad que hemos
ido construyendo entre todos no quiere que lo descubras.
Si lo haces, no vas a necesitar
esas pastillas que quiero venderte. Y yo, vendedor de pastillas, que estoy tan
ciego como tú, no me puedo permitir dejar de vender las capsulas de la
felicidad… o eso me han hecho creer a mí también.