No sé qué
decir, francamente. Mejor lo leen ustedes…
Mi querido amigo, y editor,
Respeto tu opinión y agradezco tus
consejos, pero el encuentro con el manual ha supuesto para mí un despertar de
los sentidos al que no estoy dispuesto a renunciar, al menos de momento. Una
puerta tras la cual ha entrado una fresca brisa de primavera se ha abierto ante
mí, cosas que no sabía, verdades como puños, hechos incuestionables se ponen
ante mis mortales ojillos cada vez que paso una de las páginas de mi libro. De
todas formas, muchas gracias amigo.
Como te iba diciendo el otro día,
desperté a las puertas de mi oficina con un chichón en la cabeza. Consciente de
que llegaba un pelín tarde, apenas unas horas, entré raudo a ocupar mi puesto
junto a la fotocopiadora, mi principal…bueno, en realidad, mi única
herramienta. Diez minutos después apareció el desconsiderado de mi jefe para
soltarme una bronca sin venir a cuento.
-
¿Se puede saber donde coño te metes Conflictivo?-
me dijo con ese tono cariñoso típico de los jefes-
-
No se va a creer lo que me ha
ocurrido…
-
Eso dalo por sentado… no quiero oírlo,
me tienes hasta los cojones tío, si no fuera por tu madre te ponía en la puta
calle ahora mismo, ¿me has oído?
-
Creo que sí, ha dicho que le tengo
hasta los cojones y que si no fuera…
-
¡Joder!, Es que te… -dijo apretando los dientes y alzando el puño.
Al principio no entendí que quería decir con ese gesto, pero mi privilegiada
mente me trajo la respuesta con una rapidez y claridad digna de Einstein-
-
Claro que sí, ¡CAMARADA¡ -le devolví
el saludo junto a un guiño de complicidad-
Se marchó rápidamente bufando
y rezando por lo bajini. Desde que lo conozco hace lo mismo. Cada vez que
termina de hablar conmigo, reza, reza y reza. Que tipo tan religioso, no me
extraña que sea tan amigo de mamá.
Unos instantes después
vino a verme Margarita, la secretaria del director general, con la escusa de un
trabajo que tenía que realizar de forma urgente.
-
Hola tu. –me hablaba sin dirigirme la
mirada- Ahora ambos sabíamos que estaba coqueteando, por más que ella
disimulara.
-
¿Con qué puedo complacerte florecilla?
-
Con un infarto fulminante, pero dudo
que, al menos eso, sepas hacerlo bien.
-
Ja, ja, ja… -arqueé la ceja haciéndome
el interesante-
-
Agggg –dijo al verme, por lo visto le
picaba la garganta, debían ser los nervios ante mi proximidad- Mira tú, tienes que fotocopiar este informe ya. Seis
copias para la reunión de directores de zona. ¿sabrás hacerlo?
- ¿Quieres que las haga una a una,
despacito, o al trote, como un animal? –utilicé un sutil lenguaje metafórico
para hacerle ver que comprendía sus flirteos-
-
…ah… por mí como si te la machacas
con la tapa de la máquina…
-
¡Vaya!, eso te gustaría ver ¿eh, viciosilla?...
La acababa de pillar. La pobre se
puso tan nerviosa que se salió corriendo al baño con la mano en la boca. Estaba
claro lo que deseaba, un mensaje claro, conciso y sexual con el que ella tuviera
la certeza de que yo también la deseaba. Como comprendí el juego, decidí
realizar las seis copias que me pidió insertando entre hoja y hoja de cada
copia algo “especial". Cerré la puerta del cuarto de la fotocopiadora y
aproveché el poco transito de gente que había a esas horas para bajarme los
pantalones y fotocopiar mis partes más intimas. Pero el resultado no me satisfizo en exceso,
aquello parecía más una broma que algo erótico. Había que alegrarlo y
necesitaba alguna imagen con la que estimularme.
Una revista de National Geographic
con un especial sobre mujeres Bamasutí me sirvió para iniciar el despegue de mi
cohetillo. Cogí la revista con la mano izquierda, alcé la pierna derecha todo
lo que pude hasta posar los huevines en la placa de cristal (ufff, qué frio
estaba) y con la otra mano comencé a jugar a los dados.
Cuando la cosa ya estaba a punto de
caramelo, cerré la tapa un poco y me dispuse a comenzar a fotocopiar. Pero en
ese momento volvió a entrar mi jefe.
-
¡¡Conflictivo!!, ¿Se puede saber
donde coño están… -el pobre no pudo acabar la frase-
Ante la sorpresa de la inesperada
visita, la revista cayó al suelo quedando abierta por el especial cabras
ibéricas. Mi jefe, petrificado, miró la revista, después me miró a mí, luego la
fotocopiadora, la revista, la fotocopiadora, a mi, la revista… no paraba de
mover la cabeza.
-
¿Le importaría llamar antes de entrar
en mi despacho? – le dije claramente ofuscado ante tanta falta de profesionalidad-
No me contestó, el muy maleducado. Se
limitó a dejarse caer en el suelo con los ojos muy abiertos y unos gemidos
ininteligibles. Afortunadamente no pasó nada importante, unos minutos después murió.
No quiero, señor Quino, que piense
que me alegro de la muerte de los demás, pero está claro que si alguien ha de espicharla,
mejor él, que no es imprescindible en la empresa, que yo, que realizo tareas complicadas.
Tampoco vaya a pensar que en la
oficina se generó un baño de lágrimas por lo sucedido, no era un tipo muy
querido… bueno, por Margarita sí, ya que era su marido, pero por los demás… ni
fu ni fa.
Una hora después del lamentable
accidente fui llamado al despacho del director para dar mi versión de lo
ocurrido. Como bien sabe, soy un defensor nato de la verdad, por lo que no tuve
más remedio que contar todo con pelos y señales… obviando lo de mi travesura
con la fotocopiadora, claro.
Mañana es el entierro y, por
supuesto, pienso asistir. En una carpeta he guardado las fotocopias que hice
aquel día. Viéndolo detenidamente no sólo me parecen eróticas, son una autentica
colección artística. Lo he llamado “autorretratos”.
Voy a llevarme la carpeta al
entierro, cuando todo acabé se la enseñaré a Margarita. Seguro que eso la
animará.
Continuará... (o no)