Si digo que los niños de hoy son más maleducados que los de
mi generación, seguro que muchos de ustedes están de acuerdo. El problema es
que semejante afirmación ya la oía yo cuando era niño, y eso nos lleva a dos
posibles explicaciones: o bien vamos evolucionando hacia el mal absoluto, y con
ello la próxima generación será algo así como la versión Gore de los gremlins,
o es que los que nos siguen no pueden tener la misma expresión de valores que
nosotros porque sencillamente son distintos.
La rebeldía es una característica común y necesaria de la
juventud, y por lo tanto es absurdo pretender que nuestros hijos se comporten
socialmente como lo hacíamos nosotros. Pero además, su concepto del mundo es
otro. Los de mi quinta (permítanme esta expresión con olor a naftalina), por
ejemplo, crecimos en el albor de las nuevas tecnologías. Ya nos paseábamos con
una cacharra enorme con la que se podía disfrutar con unos juegos que ahora
serian el hazmerreír de cualquier púber. Para escuchar música utilizábamos unos
aparatos portátiles reproductores de cassette que se chupaban las pilas con una
sola audición completa, si es que llegaba a completarla.
Es verdad que jugábamos más en la calle, que no pasábamos
tantas horas frente a las pantallas y que teníamos más contacto humano. Eso es
tan cierto como que de haber nacido nosotros con las tecnologías actuales
formaríamos parte de esta generación compartiendo con ellos todos los pros y
los contras.
En lo que quizá no hayamos reparado tanto es en que esta prole
no es más que la continuación de la nuestra. Somos nosotros guiados por
nuestros valores, nuestros sueños, nuestros miedos, nuestras locuras o nuestras
aspiraciones. Y como es lógico, el tiro le ha salido por la culata a todo aquel
que pretendía ver una versión mejorada de sí mismo en sus hijos. Una generación
no es mejor o peor que otra, es diferente. Y estas diferencias vienen marcadas
por la misma sociedad que en su momento marcó las nuestras.
En la época en la que mi abuelo era joven, una gran parte de
sus coetáneos se dedicaban a matarse a tiros unos a otros. Hoy esto no ocurre.
Y puedo asegurarles que mi abuelo era mejor persona que muchos jóvenes de hoy,
y supongo que peor que otros.
Generalizar es siempre injusto y erróneo, a nos ser que se
utilice el dato como algo orientativo y relativo, no como un hecho concreto e
indiscutible. Pero no crean que con esto me estoy poniendo de parte de los jóvenes
porque quiero parecer muy “guay” (cosa que no me hace falta porque ya lo soy),
sino que en realidad estoy tratando de disculpar a mi propia generación. Todos
los errores que observo en aquellos que vinieron a compartir este camino unos
años después de que lo hiciera yo, son el resultado de las semillas que
nosotros plantamos como sociedad. Como también diré que al mismo tiempo,
nosotros éramos el resultado de aquello que sembraron nuestros abuelos, y en
menor medida, nuestros padres.
Ninguno de nosotros somos del todo inocentes o culpables de
lo que ocurre en el lugar o lugares donde vivimos. Como sociedad, nadie es
culpable del resultado, pero al mismo tiempo, todos somos culpables del
resultado. El barco (ya me puse metafórico) avanza y retrocede empujado por los
vientos, que son nuestras acciones. Cada acción individual ayuda a que el
sentido de la marcha vaya hacia delante o hacia atrás. Ninguno de nosotros
puede mover el barco por sí solo, pero sí decide de qué lado quiere empujar en
todas y cada una de las decisiones de su vida. Unos tendrán más fuerza para
soplar, deciden más que otros pero también por ello cargan con una mayor
responsabilidad, mientras que otros, por lo motivos que sean, solo pueden
aportar una brisilla. No importa, esa brisilla es tan importante como la fuerza
de un huracán si es todo lo que puedes ofrecer.
Lo importante no son las sociedades, son las personas. Lo
que ocurre es que las sociedades las forman las personas, o mejor dicho, los
individuos (un día hablaremos sobre la diferencia entre individuo y persona). Y
por lo tanto la sociedad es la representación práctica de la valía de los
individuos que la forman. Piénselo un momento y asúmalo. ¿Le sigue pareciendo
que vive en una sociedad de mierda? ¿y que parte de esa mierda es de su
cosecha?
Usted decide, puede soplar de un lado de la vela o del otro.
El barco se va a mover y usted es tan responsable como yo de elegir el rumbo.