Este hombre me preocupa de verdad. Su visita al los
tribunales no ha sido lo que él esperaba y, para su desgracia, le han enviado a
casa. Allí, como cabía esperar, ha vuelto a la carga con su querido manual. Su
carta de hoy dice así:
Mi apreciado amigo,
Finalmente no me han
llevado a casa del juez, como yo creía, sino al juzgado. He pasado por una de
las experiencias más surrealistas de mi vida. ¿Cómo es posible que en España
los jueces y abogados no tengan ni idea de cómo se lleva un juicio?. No sólo eso,
tampoco creas que aceptaban de buen grado los bienintencionados consejos que
trataba de darles. Me he visto en VHS todos los capítulos de Perry Mason y,
puedes creerme, algo sé de juicios.
A las dos de la tarde,
con el estomago ya vacío, pues me dieron
de desayunar a las once y apenas pude ingerir dos bocatas de salchichón que me
había traído mi madre al juzgado, me llevaron ante el juez. Al entrar, mi
abogado, que se expresa rematadamente mal, me dijo que me sentara en la mesa
que había frente al magistrado. Yo obré obedientemente hasta que el juez tuvo
que rectificar las desastrosas
instrucciones de mi representante.
- ¿¡Se puede saber que
hace!?. En la silla, hombre, siéntese en la silla. –dijo el señor de la toga un
poco malhumorado-
Rápidamente me senté
donde me dijo.
-
Abogado defensor,
¿Sabe su representado de qué se le acusa?- inquirió el juez.
-
Sí señoría, y le
ruego que disculpe el incidente- le respondió mi abogaducho.- Me estaba
empezando a oler que iba a tener que coger yo mismo las riendas de mi
representación.
-
Señoría, pretendo
demostrar ante este tribunal que mi representado no actúo de forma consciente
debido a una incapacidad….
¿Qué ha dicho? ¿y este tío está aquí para ayudarme?. Respiré hondo, me levanté de un salto y puse
en práctica todo mi saber, con la intención de dejar claro desde un principio
que no estaban tratando con un ignorante al que poder ningunear.
-
¡Con la vaina
señorita! –Dije-
-
¿Qué? – dijo el
juez claramente sorprendido por mi astucia-
-
Me dirijo al
establo para acogerme a la quinta enmienda y solicitar mi propia
representación.
-
¿Se está usted
cachondenado de este tribunal? – estaba el magistrado claramente desconcertado,
mi estrategia ¡funcionaba!-
-
En absoluto, su
señorita, permítame solicitar una biblia para jurar ante el jurado que soy
inocente- dije esto llevándome la mano al corazón, ¡toma golpe de efecto!.
-
¿Qué jurado?...Esto
es de locos.
-
¡Conozco mis
derechos!, soy un ciudadano americano y exijo que se respete la constitución. –
Tras decir esto me subí a la silla para cantar en inglés inventado el himno
yanqui-
-
¡La madre que me
parió! – La cara del juez se tiñó de un rojo salvaje, estaba claramente
impresionado y sobrepasado, probablemente nunca se había tenido que enfrentar a
alguien tan preparado en materia de derecho.
-
Por lo que más
quiera, bájese de ahí – me decía el abogaducho tirándome de la camiseta de
tirantes abanderado que estrenaba para la ocasión-
-
No tengo por qué
bajar- le espeté- este es un país libre. Su señorita, solicito la invalidez del
juicio por falta de pruebas.
-
¿Pero qué pruebas, si no hemos empezado?- me
decía el juez mareado ante mi retórica.
-
Quiero hacer
valer el antecedente del caso Smiths contra la compañía de tabacos la Humorosa para….
No pude acabar mi argumento. Dos sirvientes de la sinrazón con pings en
la solapa y porras, me llevaron a empujones fuera de la sala. Mi abogado
permaneció en el interior durante media hora más. Al salir, claramente abatido,
me dijo:
-
El señor juez ha
tenido ha bien considerar que no es usted un peligro para la sociedad y que lo
mejor es enviarle a casa para que lo aguante su madre.
Reconozco que me dio cierta penilla. El pobre se había visto superado
por un cliente que conocía más de leyes que él, y todo esto delante de sus
colegas del juzgado. Me acerqué a él y le abracé. Tras unos segundos de emotiva
despedida le dejé un último consejo.
-
No se preocupe.
Le voy a regalar dos palabras que le conducirán al éxito en su carrera,
abogado: Perry Mason.
Su cara era todo un poema. Seguramente se sentía como un idiota al no
haber sido capaz de descubrir por sí mismo que la llave para el triunfo
profesional estaba en esas dos palabras.
Ya en casa, y tras solicitarle a mi madre que instalara una taza de
water en mi habitación, tal como tenía en el hotel, algo a lo que ella se negó,
la muy rácana, ojeé el inicio del siguiente capítulo del manual. Se titulaba:
“Que no te engañen, si dicen NO, quieren decir SI, porque en el fondo son todas
unas putas”. Un título un poco largo pero la mar de instructivo. Leí gran parte
de la noche, y a la mañana siguiente puse en práctica todo lo aprendido, más de
tres páginas de información.
Continuará… (o no)