Por fin me ha llegado la segunda parte de esta historia. He
intentado contactar con el tipo que me las envía pero sólo ha accedido a darme
su nombre de pila y una fotografía. Ambos datos, por respeto, los voy a omitir.
Sólo puedo ofreceros unas pinceladas detallando al individuo, es lo que él me
ha pedido.
Es un hombre “anchote” de cara rebolonda y pelo. El problema
es que el vello no está donde debería. Su cabeza se asemeja a un jardín
descuidado, cuatro pelillos aquí, nada por allá, ni por allí tampoco, ni hacia
este lado, ni al otro… Sin embargo sus fosas nasales y sus orejas parecen muy
bien protegidas por un espeso bosque negro. Tiene tanto que podría peinarse a
raya. Por lo demás… bueno, mejor lo dejamos ahí y seguimos describiéndolo un
poco más el próximo día.
La carta enviada hoy dice así:
Querido amigo:
Ante todo quiero agradecerte la publicación de mi primera
misiva, algo me decía que tú no me ibas a fallar. Sé que no soy un tipo muy
común, mi madre me lo dice todas las noches al arroparme, pero no sé que
pensar, no sé si es bueno o malo ser tan distinto, pero así soy.
Te comentaba el otro día como encontré el libro que tanto me
está ayudando. Sigo sin poder decirte quien lo trajo ni por qué, aún no lo sé,
pero seguiré investigando. Mientras tanto paso a contarte que ocurrió al día
siguiente del encuentro con el libro, tras pasar toda la noche leyendo. No te
exagero, me pimplé más de veinte páginas en apenas siete horas.
Siguiendo a rajatabla las primeras instrucciones del manual,
me dirigí al baño. En el libro explicaban la importancia de ingerir la primera
orina de la mañana para ir entrenándote ante la posibilidad de quedarte
encerrado varios días en un lugar sin agua. Me bajé el calzón he intente beber
directamente de la “fuente”, pero fue imposible, lo puse todo perdido. Incapaz
de parar el chorro, busqué un recipiente donde depositarlo, pero no encontré
más que el vaso donde guardamos los cepillos de dientes. Arrojé estos al lavabo
y llené el vaso hasta el borde. El resto, pues aún me quedaba más, lo dejé
marcharse mientras veía como los cepillos de dientes parecían navegar en un mar
de oro.
Para no llevarme la bronca de la mañana, nada más terminar
la micción, corrí a la cocina en busca de la fregona. Mi madre no es muy hacendosa, en eso no nos parecemos, y como utiliza poco los aperos de limpiar,
tardé un buen rato en dar con ellos. Al volver me quedé de piedra en el marco
de la puerta del baño. Mi madre se cepillaba los dientes con ahínco y hacía
gárgaras con el líquido del vaso. Qué gran disgusto me llevé, me acababa de
arruinar el plan. Primera norma del manual que tendría que saltarme, al menos
hasta el día siguiente. Lo mejor sería comenzar con la primera comida del día.
Dos horas y media después opté por parar de desayunar, no
quería sentirme pesado. Me vestí de sport, con mis mayas negras, mi camiseta de
la selección y mis zapatillas de velcro. Por supuesto, también la riñonera.
En el manual especificaban que tenía que actuar por escalas
en mi intento de “cazar” una buena hembra. Debía empezar por las más golfas,
que son piezas más sencillas de conseguir, e ir luego paso a paso hasta hacerme
con una decente.
Como viene todo muy bien explicado en el libro, pude saber
que las chicas más facilonas suelen vestir de negro, con extraños complementos
y con caras de mosquita muerta. Necesitaba un lugar donde tomar contacto con
ellas y tras darle muchas vueltas opté por el cine. Justo al lado de mi casa
había un par de salas, y en una de ellas proyectaban una de un
hombre que vestía de negro y llevaba alitas. El hombre murciélago, o algo así.
Esto tiene que gustarle a las guarrillas, pensé, y compré una entrada.
No me equivocaba. Aunque con los nervios no me había fijado
en el número de sala, apenas hube descorrido las cortinas de la entrada, pude
ver a más de cincuenta mujeres vestidas todas muy parecidas al personaje del
cartel de la película. Esta era mi ocasión.
Me senté entre dos de ellas. Observé un rato el film pero
era un autentico coñazo, nada tenía que ver con lo que prometía el cartel. Todo
el tiempo un melenudo semidesnudo era golpeado por unos romanos que se empeñaban
en que el chico trasportara unos palos, será eso que llaman cine de autor. Opté
por olvidarme de la película y pasé a la acción siguiendo los pasos del manual.
Corrí todo lo que pude. Algo había salido mal. Al contrario
de lo que esperaba, esas mujeres se escandalizaron y trataban de herirme cuando
dejé a la luz mi miembro erecto y llevé las manos de dos de ellas hacia el. O estaban
muy interesadas en la película, cosa que no entiendo, o han dimitido de
guarrillas.
Con los pantalones por las rodillas, cuando presentí que ya
nadie me seguía, pude ver a lo lejos el cine. Quizá debería de haber probado
suerte otra vez en la otra sala, pero el título no me dio buena espina: La
pasión de Cristo. Además, según pude oír a unos viandantes, había un grupo de
religiosas dentro, y habían venido expresamente desde un
convento de clausura para ver el film.
Con semejante panorama opté por la retirada.
Continuará… (o no)