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viernes, 5 de julio de 2013

“Manual para machotes de verdad” 2ª Entrega



Por fin me ha llegado la segunda parte de esta historia. He intentado contactar con el tipo que me las envía pero sólo ha accedido a darme su nombre de pila y una fotografía. Ambos datos, por respeto, los voy a omitir. Sólo puedo ofreceros unas pinceladas detallando al individuo, es lo que él me ha pedido.
Es un hombre “anchote” de cara rebolonda y pelo. El problema es que el vello no está donde debería. Su cabeza se asemeja a un jardín descuidado, cuatro pelillos aquí, nada por allá, ni por allí tampoco, ni hacia este lado, ni al otro… Sin embargo sus fosas nasales y sus orejas parecen muy bien protegidas por un espeso bosque negro. Tiene tanto que podría peinarse a raya. Por lo demás… bueno, mejor lo dejamos ahí y seguimos describiéndolo un poco más el próximo día.

La carta enviada hoy dice así:

Querido amigo:

Ante todo quiero agradecerte la publicación de mi primera misiva, algo me decía que tú no me ibas a fallar. Sé que no soy un tipo muy común, mi madre me lo dice todas las noches al arroparme, pero no sé que pensar, no sé si es bueno o malo ser tan distinto, pero así soy.

Te comentaba el otro día como encontré el libro que tanto me está ayudando. Sigo sin poder decirte quien lo trajo ni por qué, aún no lo sé, pero seguiré investigando. Mientras tanto paso a contarte que ocurrió al día siguiente del encuentro con el libro, tras pasar toda la noche leyendo. No te exagero, me pimplé más de veinte páginas en apenas siete horas.

Siguiendo a rajatabla las primeras instrucciones del manual, me dirigí al baño. En el libro explicaban la importancia de ingerir la primera orina de la mañana para ir entrenándote ante la posibilidad de quedarte encerrado varios días en un lugar sin agua. Me bajé el calzón he intente beber directamente de la “fuente”, pero fue imposible, lo puse todo perdido. Incapaz de parar el chorro, busqué un recipiente donde depositarlo, pero no encontré más que el vaso donde guardamos los cepillos de dientes. Arrojé estos al lavabo y llené el vaso hasta el borde. El resto, pues aún me quedaba más, lo dejé marcharse mientras veía como los cepillos de dientes parecían navegar en un mar de oro.

Para no llevarme la bronca de la mañana, nada más terminar la micción, corrí a la cocina en busca de la fregona. Mi madre no es muy hacendosa, en eso no nos parecemos, y como utiliza poco los aperos de limpiar, tardé un buen rato en dar con ellos. Al volver me quedé de piedra en el marco de la puerta del baño. Mi madre se cepillaba los dientes con ahínco y hacía gárgaras con el líquido del vaso. Qué gran disgusto me llevé, me acababa de arruinar el plan. Primera norma del manual que tendría que saltarme, al menos hasta el día siguiente. Lo mejor sería comenzar con la primera comida del día.

Dos horas y media después opté por parar de desayunar, no quería sentirme pesado. Me vestí de sport, con mis mayas negras, mi camiseta de la selección y mis zapatillas de velcro. Por supuesto, también la riñonera.

En el manual especificaban que tenía que actuar por escalas en mi intento de “cazar” una buena hembra. Debía empezar por las más golfas, que son piezas más sencillas de conseguir, e ir luego paso a paso hasta hacerme con una decente.
Como viene todo muy bien explicado en el libro, pude saber que las chicas más facilonas suelen vestir de negro, con extraños complementos y con caras de mosquita muerta. Necesitaba un lugar donde tomar contacto con ellas y tras darle muchas vueltas opté por el cine. Justo al lado de mi casa había un par de salas, y en una de ellas proyectaban una de un hombre que vestía de negro y llevaba alitas. El hombre murciélago, o algo así. Esto tiene que gustarle a las guarrillas, pensé, y compré una entrada.

No me equivocaba. Aunque con los nervios no me había fijado en el número de sala, apenas hube descorrido las cortinas de la entrada, pude ver a más de cincuenta mujeres vestidas todas muy parecidas al personaje del cartel de la película. Esta era mi ocasión.
Me senté entre dos de ellas. Observé un rato el film pero era un autentico coñazo, nada tenía que ver con lo que prometía el cartel. Todo el tiempo un melenudo semidesnudo era golpeado por unos romanos que se empeñaban en que el chico trasportara unos palos, será eso que llaman cine de autor. Opté por olvidarme de la película y pasé a la acción siguiendo los pasos del manual.

Corrí todo lo que pude. Algo había salido mal. Al contrario de lo que esperaba, esas mujeres se escandalizaron y trataban de herirme cuando dejé a la luz mi miembro erecto y llevé las manos de dos de ellas hacia el. O estaban muy interesadas en la película, cosa que no entiendo, o han dimitido de guarrillas.

Con los pantalones por las rodillas, cuando presentí que ya nadie me seguía, pude ver a lo lejos el cine. Quizá debería de haber probado suerte otra vez en la otra sala, pero el título no me dio buena espina: La pasión de Cristo. Además, según pude oír a unos viandantes, había un grupo de religiosas dentro, y habían venido expresamente desde un convento de clausura para ver el film.
Con semejante panorama opté por la retirada.

Continuará… (o no)

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