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lunes, 16 de septiembre de 2013

El estruendo que produce al caer un grano de arena





Tengo ante mí un reloj de arena. El efecto de este artilugio es hipnótico y sobrecogedor. Los granos caen, uno tras otro, hasta que llega el final.

Hace algunos años leí un cuento que me puso la piel de gallina. Hoy, tengo una sensación distinta cuando su recuerdo acude a mí, pero aún así, el fondo de la historia sigue pareciéndome impactante.
Como todas las historias que una vez fueron leídas o escuchadas, y posteriormente volvieron a contarse, ésta, pasará por la caprichosa criba de mis recuerdos y la no menos caprichosa deriva de mi pluma, al ser nuevamente relatada. Dice así:

Erase una vez (¡y una mierda!, mi cuento no comenzará con esta puñetera frase tan trillada por aquellos, como Disney, que llevan años convirtiendo los cuentos en basura)… Comencemos de nuevo.”

“Aquel hombre había adoptado un modo de vida nómada desde hace años. Sin saber muy bien lo que trataba de encontrar, huyó de todo aquello que ya no le servía  para embarcarse en una aventura sin anclajes. Llegaba a un lugar cualquiera y permanecía allí el tiempo necesario para descansar, aprender lo que el lugar y sus gentes le ofrecieran y emprendía nuevamente su camino. Con el pasar de los años visitó cientos de lugares, conoció a numerosas personas y vivió un sinfín de experiencias.
Creyendo haberlo visto todo y decaído ante la posibilidad de haber entrado en un círculo por cuyos puntos ya había transitado, llegó hasta un pueblecito perdido y aislado en la ladera de una montaña. Lo primero con lo que se topó al internarse en este territorio fue el cementerio.  Con la esperanza de encontrar algo curioso, entró en el camposanto para indagar la forma en la que aquellos habitantes daban descanso a sus seres queridos. Una tumba aquí y otra allá. Un enjambre de nichos a la derecha y otro a la izquierda. ¡ Ayyyy!, suspiró el hombre al constatar que nada nuevo había en aquellos ritos funerarios que no hubiera visto ya.

Cuando se disponía a marcharse algo llamó su atención. En las tres tumbas que tenía a sus pies se daba una extraña y macabra coincidencia. Pablo J. M (2 años y 1 Mes); María Dolores G.L (3 años); Alejandro G.G (2 años y 10 Meses)… Podría haberse tratado del entierro de un suceso trágico en el que un grupo de niños murió en un accidente, pero las fechas de sus defunciones no coincidían. Continuó leyendo lápidas, Alfonso L.J (1 año); María F.F (5 meses)…Las piernas le comenzaron a temblar…Álvaro A.B (1 año), Jesús D.L.C (4 años); Carla S.G (4 años y 2 Meses) … ¡No puede ser, esto es terrible!, se decía mientras leía cada vez con mayor espanto y rapidez…Alonso M.N (6 Años y 1 Mes); Cristina A.L (15 Días)..¡Oh, Dios Mío!... Ana D.L (1 Año y 3 meses)…

No pudo soportarlo más. Con las rodillas clavadas en el suelo, se llevó las manos a los ojos buscando ese extraño consuelo que el tacto y calor de nuestro propio cuerpo nos regala cuando el espanto aparece ante nosotros.  Nunca en su vida había visto algo tan horrible como aquello. Todo un cementerio lleno de niños, de seres inocentes que apenas habrían comenzado a vivir.

Una mano plagada de las manchas que allí deja el tiempo, se posó sobre su hombro.
·         ¿Qué le ocurre amigo?
·         ¿No lo ve? (dijo el viajero levantándose con los ojos enrojecidos y las manos humedecidas).  ¿Qué ha pasado aquí?, ¿por qué murieron todos tan jóvenes?
·         ¿Jóvenes?... bueno, hay de todo. Unos se fueron demasiado pronto y otros tardaron más de lo que yo llevo por aquí.
·         ¿Cómo?...pero en las lápidas…
·         No, amigo. Lo que usted ha visto no es la edad que tenían cuando murieron. Lo que indicamos en las lápidas es el tiempo que verdaderamente vivieron a lo largo de su existencia.

Lo último que supe de este viajero, es que pasó mucho tiempo en aquel lugar. Quizás un día volvió a partir en busca de un nuevo destino. Quizás se quedó allí “para siempre” porque encontró un lugar en el que tenía mucho por aprender”



Un día, el último grano pasará por el cuello del reloj para dejarse caer sobre los demás. En ese instante, tal vez fugaz, tal vez eterno, sólo nos quedará la rabia del tiempo perdido… o el placer de dejar algo valioso a nuestras espaldas.
Mientras tanto, los granos siguen cayendo.

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