El pasado Jueves, un grupo de PERSONAS de origen
subsahariano intentaba entrar en España por la frontera del Tarajal, situada entre
Ceuta y Marruecos.
A las 07.00 AM, una hora magnífica para que la temperatura
del agua convenza a un cuerpo exhausto de que lo mejor es rendirse allí mismo,
aquellos que huían desesperados de una situación que les condenaba a la miseria,
tuvieron la ingrata y trágica experiencia de encontrarse frente a una grupo de
implacables vigías fronterizos.
Lejos de intentar siquiera ponerse por un instante en la
piel de los que cometen el gravísimo delito de intentar sobrevivir, la guardia
civil española decidió emprenderla a pelotazos de goma, según ha reconocido el
propio Ministro de Interior (por fin, y tras ocho versiones diferentes), con la
finalidad de disuadirlos de tan osado plan.
El Ministro Fernández Díaz sostiene que los disparos fueron
realizados sin ánimo de acertar, y que con ello solo buscaban delimitar una
frontera imaginaria que evitara la entrada de los inmigrantes en territorio
español. Por lo tanto, según deduce nuestro catolicísimo Ministro, nada tiene
que ver esto con la muerte de varias de las PERSONAS que intentaron el “asalto”
a nuestra amada tierra, concedida a los españoles en exclusividad por el mismísimo
Dios, según parece que tienen como credo estos grandes defensores de la moral
(ajena, entiéndase).
Lo peor de toda esta historia es que nadie quiere hablar de
las vidas truncadas en el Tarajal, ni en la manera de evitar que se repita una y
otra vez la misma historia. Nos hemos enzarzado en una discusión técnica sobre
la limitación de la frontera, situada más allá o más acá, y sobre lo lícito que
resulta disparar a alguien que se salta una ley (que perjudica gravemente al
incumplidor) siempre y cuando no aciertes a herirlo directamente. Otra cosa es que asustado por la acción del
disparo acabe ahogado o aplastado por sus compañeros…¡ah!, ¡se siente, mala
suerte!.
Sin la necesitad de meditar demasiado sobre lo sucedido, se
me han venido dos disparatadas ideas a
la cabeza, producto de una mente tendente a la utopía y a la demagogia como la
mía, como dirían los escribas de rodillas desgastadas y bocas anchas que ocupan
gran parte de los medios de (in)comunicación.
En la primera veo al señor ministro braceando en las aguas
de alguna frontera. Trata de llegar a la orilla temblando por el miedo y por el
frio. Las fuerzas escasean, su cuerpo se agita en el canto del cisne de la
extenuación y su cara se empapa de sal. Sal que el mar le brinda con sus aguas,
sal que él le regala al mar con sus lágrimas. Está a punto de conseguirlo…pero
entonces, sombras lejanas le apuntan con sus luces y disparan balas que pasan silbando,
pero que no le aciertan. ¡Le van a matar!, está convencido, y nada ahora en
dirección contraria tratando de escapar de los disparos. Unas brazadas más allá descubre que se acabó
el combustible, su cuerpo se ha rendido. Ahora solo queda dejarse arrastrar
hasta el fondo. En un último instante brota un pensamiento: “Ojalá que el mar no devuelva mi cuerpo en la
orilla equivocada”.
La otra idea es aún más divertida. En el patio de un colegio
hay una enorme y profunda zanja. El director del centro ha prohibido
terminantemente a los niños el acercarse a ella por el peligro que entrañaría
una caída. Pero en vez de conformarse con vallarla y encomendarse al natural
instinto de supervivencia infantil, decide dar un paso más allá y coloca a dos
guardias civiles disparando pelotas de goma en los límites de la frontera
imaginaria que distingue el lugar hasta donde uno puede acercarse para ver la
zanja y la parte donde no se debe pasar. Resulta espantosa la cara de terror que se les
queda a los chavales cada vez que una de las armas es disparada.
Qué horrible sería formar parte del elenco de una de estas
dos historias ¿verdad?
¿Qué pasará por la cabeza de aquellos que dispararon sus
armas contra el mar ahora que saben que varios de los inmigrantes acabaron
falleciendo?... ¿Hasta dónde llegará su capacidad para auto excusarse?...
¿Dormirán tranquilos?... ¿Y aquellos que dieron las ordenes?
Una última idea asoma al finalizar este texto. Veo a Fernández Díaz despertando en mitad de la
madrugada, empapado en sudor, víctima de una pesadilla. En ella pudo distinguir
con extrema claridad las caras de las PERSONAS que fallecieron el pasado jueves
en la frontera del Tarajal.
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