Supuestamente, a nadie le gusta el actual sistema educativo.
No voy a hablar de Wert y sus despropósitos. Hoy, vamos a tratar de profundizar
un poquito más, y por una vez vamos a dejar al descerebrado del ministro de cultura aparte.
Nuestro modelo educativo ( y en ese “nuestro” vamos a
englobar a todo el mundo civilizado, perdón, quise decir “civilizado”) sienta
sus bases en la escuela Prusiana, que a su vez se basó en los métodos
espartanos. En esta, que es la nuestra,
el funcionamiento difiere poco del aplicado en las fábricas o en el ejército.
Una figura, en este caso el maestro, ejerce el papel de
autoridad. Es él quien decide qué, cómo y cuándo, dentro de su aula. Es también
esta figura la única que desarrolla un protagonismo diario, mostrándose como el
altavoz, el gran libro de sabiduría, que habla, habla y habla, mientras los
alumnos escuchan, escuchan… y dejan de escuchar en muchos casos. Como guinda del pastel, el alumno ha de
demostrar los conocimientos adquiridos a través de una prueba escrita u oral,
que será corregida y calificada por el “gran sabio”.
Hasta aquí, la mayoría de la población española diría algo
así como: “claro, así tiene que ser”, a lo que otros sumarían un “pero que el
maestro tenga más autoridad”.
Pues bien, dicho sea desde el más absoluto de los respetos,
a mí este método me parece una absoluta porquería.
Nos hemos equivocado, nos seguimos
equivocando y quizá estemos a tiempo de cambiar.
Un niño es, en su estado natural, una esponja capaz de
preguntar y preguntarse por todo aquello que le rodea, siempre y cuando esto o
aquello le interese. Dicho sea de otra forma, los chavales son (y nosotros lo
hemos sido, por más que la fuerza de los hábitos impuestos se empeñen en
hacernos olvidar) unos genios en potencia. No, no estoy exagerando lo más
mínimo. El niño necesita explorar, jugar, interactuar y aprender porque está
dentro de su manual de instrucciones de humano. Nadie tiene que enseñárselo.
Lo que inconscientemente hacemos como sociedad es mutilar esa
genialidad, esa creatividad, todo ese mundo de posibilidades, a cambio de
modelar “buenos ciudadanos” y sobre todo “ciudadanos útiles al sistema”.
¿Qué sentido tiene que una persona tenga que aprender una
serie de materias estandarizadas y diferenciadas para seguir avanzando en
la escuela?.
Muchos padres al leer
esto, y tras llevarse las manos a la cabeza, dirán: “¿pero que cojones me está
contando el imbécil éste?, ¿Qué mi hijo va a pasar de un curso a otro sin saber
multiplicar o dividir sólo porque le apasiona la poesía?”. Tranquilos, no se
alarmen todavía.
Uno de los principales problemas del modelo actual es
precisamente la “parcelización” del aprendizaje. La lengua, la literatura, la
música, las matemáticas, la ciencia o la educación física, por poner algunos
ejemplos, NO son materias independientes. Todo forma parte de lo mismo y por lo
tanto el aprendizaje ha de estar intercomunicado.
Un niño apasionado por la música llegará él solito a la
lengua, para poder investigar y descubrir en los libros, por ejemplo, y de aquí
entrará en las matemáticas, para comprobar que música y matemáticas son dos
expresiones distintas de la misma cosa, y continuará por la poesía, pues música
y poesía son también dos expresiones distintas de lo mismo, y llegará a la
ciencia, que no es más que matemáticas y poesía hechas carne… y seguirá, y
seguirá….
El camino no tiene que ser este que yo acabo de describir.
De hecho, existen tantos caminos a seguir como personas dispuestas a crecer. De
lo único de lo que los adultos deberían de ocuparse es de no interrumpir el
desarrollo natural de los pequeños. Hay que ofrecerles nuestro conocimientos
cuando ellos nos los pidan, y los van a pedir, no tengan la menor duda.
Otro de los gravísimos problemas del sistema educativo, y de
nuestra sociedad, es el enfoque al
utilitarismo laboral en el que está inmerso. A pocos padres he escuchado decir
que su hijo estudio tal o cual carrera para tratar de ser feliz. No, el
objetivo que la mayoría de los padres tienen para sus hijos cuando les envían a
la escuela, o a la universidad, es que puedan conseguir un buen trabajo. Ni siquiera
se refieren a un trabajo en el que puedan ser felices con poco dinero, se
refieren a un trabajo que les dé mucho dinero.
Por todo ello deberíamos de dedicar unos momentos a la
autocrítica, no demasiado, ya que al no estar acostumbrados puede sentarnos mal
un empacho de mea culpa. Y durante esos instantes vamos a reflexionar sobre lo
que nos gusta y lo que no nos gusta de este sistema. Vamos allá, conteste usted
como le plazca:
·
¿Le gusta que su hijo pase en la escuela tanto
tiempo, o más, que un empleado adulto en su puesto de trabajo?. ¿Le parece
necesario?
·
¿Le gustaría descubrir junto a su hijo cuáles
son sus habilidades sin cuestionarlo?
·
¿Si tiene que elegir, prefiere que su hijo sea feliz
con poco dinero, o como los demás pero con mucho dinero?
·
¿Cree usted que la opinión de un maestro ha de
ser asumida siempre por el alumno como verdad, o que se puede debatir cualquier
cosa?
·
¿Estaría usted dispuesto a renunciar a algunas
cosas para pasar más tiempo con su hijo? ¿hasta dónde está dispuesto a llegar?
·
¿Cree usted que el juego es imprescindible en el
aprendizaje, incluso en el caso de un adulto? Si no tiene clara esta respuesta,
pruebe a contestar estas ¿de todo lo que
recibió en su formación, qué es lo que más recuerda? ¿Cómo lo aprendió?
·
¿Qué es una persona formada? ¿la que sabe un
poco de todo? ¿la que sabe mucho de algo? ¿la que sabe lo que necesita?
·
¿Cuándo hay que parar de estudiar/aprender?
·
¿Cuándo se empieza a estudiar/aprender?
Podríamos seguir con muchas más preguntas para que usted
pueda aclarar qué es lo que no le gusta del sistema educativo. Pero si lo que piensa
es que el problema radica en que los niños deberían de tener muchas tecnologías
a su alcance y un profe cada pocos alumnos para estar todo el tiempo encima de
ellos y corrigiéndolos… entonces, olvide lo que acabo de contarle. Para usted
soy uno de esos soñadores inocentes que piden cosas imposibles. Y quizás tenga
razón… pero, ¿y si resulta que no?.
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