Las dos Españas, de las que con gran acierto y poesía
hablaba Machado, tienen reflejo en todos y cada uno de los eslabones que
componen esta nuestra incierta y confusa historia. Eventos y acciones de
diferente profundidad, nos separan a los españoles a la hora de ejercitar el
juicio y decantar nuestra balanza a favor o en contra de algo, o mejor de
alguien.
De todos ellos, hoy destacamos los frentes creados por los
partidarios de Manuel Jalón y Emilio Bellvis. Los primeros, dicen ser
admiradores del único y verdadero creador del palo con mocho, mientras que los
segundos, afirman sin dejar lugar a la más pequeña de las minúsculas dudas, que
es don Emilio, y no Manuel, quien tubo años atrás la brillante idea de pinchar
un trapo hecho jirones y meterlo en un cubo con agua, para posteriormente pasearlo
por el piso con la intención de llevarse a su paso los restos que unos pies inconscientes
dejaron allí.
Sintiéndolo mucho, ambos frentes dormirán esta noche con una
nueva frustración, algo a lo que ya estarán acostumbrados pues españoles son
todos. He aquí el documento único y esclarecedor del momento histórico en el
que un español contribuyó al mundo con un invento imprescindible para la
supervivencia del humano común (los no comunes, también llamados pijos, aún hoy
desconocen que se ha inventado la fregona).
Año 1500. Sala del trono. Isabel I de Castilla y Fernando II
de Aragón se entretienen jugando al veo, veo.
·
¿Qué ves?
·
Una cosa que empieza por la A
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¿Por la A?... no sé… ¿Tu ADMIRADO rey?
·
Más bien mi Aburiiiiido esposo…esto es un coñazo
Fernando…vamos a conquistar algo, o a expulsar a alguien, yo así vivir no puedo.
·
Pues ponte a fregar, que es lo que a vos
corresponde.
·
¿Cómo os atrevéis?¡¡ Soy la reina!!
·
Y nacida hembra, no lo olvidéis, pues si bien
vuestra memoria es selectiva dependiendo de la conveniencia, la realidad
saliendo de mi boca está aquí para recordáoslo.
·
¿vos pretende verme por los suelos por alguna
suerte de fantasía impura?
·
Quita, quita… yo ya cumplí la encomienda al
sembrar en vuestro vientre real descendencia. Y mi trabajo costó, no vaya
vuestra merced a creer que mi real entrepierna se alza al cielo con cualquiera,
que tan macho no soy.
·
De tal doy fe, más ¿qué insinúas?, ¿no eran
suficientes mis virtudes para logar estimulo inmediato en la fuente de vuestros
más bajos pecados?
·
Ni lo eran, ni lo son. Si bien negar no puedo
vuestra habilidad para arremeter contra moros, judíos o infieles de casta
cualesquiera, he de haceros notar, por si el espejo aún no lo ha hecho, que la
gracia de vuestras carnes tiene el don de la discreción.
·
¿Me estás llamando discreta? No me parece mal
alago.
·
Ateniéndome a lo dicho, te estoy llamando fea, más
no quiero que por hirientes tomes mis palabras, es sólo una realidad.
·
(Isabel se quita la corona y la lanza contra
Fernando, con tal puntería que le abre una brecha en su real testa), Ateniéndome
a mi certeza en el tiro yo sí he querido herirte.
·
Ay, ay, ay…(se queja el pobre monarca sin poder
contener la hemorragia) pero ¿Qué me hacéis, mala bruja? Me habéis abierto la
crisma por una trifulca marital sin importancia. Estáis poniendo en riesgo el
gobierno de la Españas
·
Si tan sólo la sesera ha quedado dañada no será
mucho el daño que hayan de sufrir las Españas.
Y tapaos esa brecha, que ponéis perdido el real suelo de palacio.
·
Ay, ay, ay…malévola mujer, con lo que he tenido
que aguantar de vos y así pagáis mi oficio.
·
Ni oficio tenéis vos, ni beneficio llevo me yo.
Pues si hubiera podido sola juntar reinos de Castilla y Aragón a buena hora
hubiese prestado mi mano a la suya, y menos aún la alcoba.
·
¡Bruja!,¡ más que bruja!, limpiad inmediatamente
los restos de vuestra acción. ¡Arrodillaos y fregad la piedra que ha de pisar
vuestro rey!!.
·
¿Queeeee?.
Enrojecida por la ira que de Isabel se apropió, cogió de un
puñado al rey (pues era más fuerte que él, aunque poco mérito este era,
teniendo en cuenta el soplo que el cuerpecillo del monarca representaba) y lo
volteó llevándole la cabeza al lugar natural de los pies, y estos alzo les al
cielo. Un cubito de madera, que por allí
descansaba, tras la friega matutina que el servició realizó, sirvió le a Doña Isabel para hundir la real cabeza de su esposo
en aguas no muy claras. Tras esto, y con las ridículas piernecillas del monarca
pataleando en el aire, comenzó la reina a adecentar el suelo restregando con
destreza la sangre con la cabeza… de su esposo, claro.
Y así, y no de otro modo, quedó inventada la fregona.
El resto son habladurías
sin fundamento, pues la gracia de aquel invento no estuvo en el estudio, sino
en cómo de un revés, supo Isabel sacar un invento.
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