Esta mañana una cantarina locutora de radio abría su sección
de la siguiente forma: “Hola, ¿Qué tal?, muy buenos días, reciban ustedes un
afectuoso saludo de todo el equipo de…”.
¿De verdad es necesario saludar cuatro veces para iniciar un
programa?. No sé a ustedes, pero a mí me
resulta cargante y ridículo, propio de aquel que no sabe como rellenar los
innumerables huecos que presenta un micrófono
abierto. Tarea ésta arduo complicada, dicho sea de paso.
Lo más “divertido” del asunto, es que este ejemplo no es ni
mucho menos lo peor que nos podemos encontrar cuando dejamos que nuestros ojos
y oídos se presten a recibir lo que otras bocas y plumas han decidido
regalarles. Por ejemplo, hace poco
escuché a un comentarista deportivo decir, a propósito del cansancio de uno de
los equipos de un partido de fútbol, lo siguiente: “están literalmente muertos,
no pueden con su alma”… ¡Toma ya!, ¡literalmente muertos, dice el pedazo de
mamón!, ¿se imaginan el susto que se habrán llevado los familiares de esos
futbolistas al enterarse por la boca de un comentarista descerebrado que uno de
sus seres queridos la acaba de palmar?, en directo, eso sí, que tiene más glamur.
Claro está, en realidad esto no ocurre, porque si bien el
emisor es claramente defectuoso, el receptor, por desgracia, no le va a la
zaga. Y ahí reside el problema.
Lejos de mantener una actitud purista en nada, tampoco en la
comunicación, debemos de tratar de distinguir entre dos caminos bien distintos.
Uno, el de la evolución normal, continua e imparable de la lengua. Es obvio que ni
nosotros utilizamos el mismo lenguaje que utilizaban nuestros abuelos, ni
nuestros nietos utilizarán el mismo que ahora destrozamos, perdón, quería decir
utilizamos, nosotros. La vida es cambio, y la comunicación verbal y escrita
fluye con los tiempos, acomodándose a los que de ella hacen uso y, por si
alguien no había caído en la cuenta, definiéndolos.
Dos, el de la involución comunicativa. Este me preocupa más.
Pues si bien los familiares de los jugadores de fútbol que escuchaban la
retransmisión a la que anteriormente hacía referencia no se asustaron, pues
entendieron el mensaje, el fraudulento uso del lenguaje que se está haciendo desde
los medios de comunicación es muy peligroso.
Mezclar palabras para obtener frases comunes que a tenor de
un contexto van a tener un significado, obviando el significado real de las
frases en función del cumplimiento de las reglas gramáticas, es tomar el camino
involutivo. Dicho de una forma menos
enrevesada, si por no hacer el esfuerzo de aprender a hablar, escribir y
escuchar correctamente, nos conformamos con aplicarle a la lengua la operación
bikini (¿ven?, yo también me he contagiado) caminaremos en dirección opuesta al
camino natural de la comunicación. En vez de tener cada vez un lenguaje más
rico en matices (¡y qué importantes son los matices!) estaremos más cerca de
los originarios gruñidos con los que nuestros ancestros se expresaban.
Para que puedan comprobar la importancia que tiene lo que
trato de contarles, basta con que presten atención a sus representantes
políticos y a los servidores de estos (entre los que hay muchos “periodistas”).
Observen como juegan, tergiversan, manipulan y mezclan las palabras de tal
forma que un simple “estoy a favor” puede llegar a convertirse en todo lo
contrario con tan sólo menear un poco el tarro de los significados.
Ya sé que muchos de ustedes dirán que esto viene ocurriendo
desde hace siglos, y no seré yo quien se lo niegue. Pero la diferencia estriba
en un matiz (¡ay los matices, otra vez!) importante: la coctelera de palabras y
significados se ha generalizado.
Este “pequeño” detalle convierte al orador idiota en
aceptado, al ser el receptor incapaz de descifrar el contenido del mensaje y
conformarse con los titulares y luces de artificio, plagados todos ellos de
lugares comunes. Como es lógico, para ello es necesaria la inestimable
participación del receptor, es decir, hace falta que acepte estas reglas, y
desgraciadamente esto ocurre en la actualidad en gran parte de la masa social.
Cosa bien distinta sería que el receptor se mostrara crítico
y se negará a aceptar un discurso al que no le encuentra pies ni cabeza, si lo
analiza un poquito, claro. Pero para llegar a esto hace falta algo de lo que
nuestra sociedad carece de forma genérica: RESPONSABILIDAD.
Ya sabe, si tanto le molesta que lo manipulen, trabaje para
que no puedan hacerlo. Es trabajoso, pero el comienzo es bastante sencillo: analice
lo que tratan de comunicarle, y si no lo entiende por lo menos no se lo engulla…
o acabará teniendo una pesada digestión verbal.
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