Para suavizar el impacto que pueda producir el titular,
permítanme comenzar en primera persona. La única diferencia que existe entre un
skin head y yo, es que el cabeza hueca, digo rapada, no es consciente de las
miserias que su miedo hace fluir. Se deja llevar por ellas como algo natural,
“pensando” que todo aquello que se sale de su zona de confort es altamente
peligroso, y por ende actúa de una de las dos formas posibles, atacando. La
otra forma sería la huida.
El miedo a lo desconocido, a lo diferente, es una reacción
normal dentro del instinto de supervivencia que todos tenemos. En eso, a
excepción de gente más elevada, y desgraciadamente son una minoría, todos
partimos de la misma línea. Lo que nos va a diferenciar a unos de otros es qué
hacer con ello. Como gestionarlo. Y también en esto existen diferentes caminos.
El más común se basa en la herencia educacional, en el
aprendizaje que vamos atesorando a lo largo de los años, desde la infancia
hasta la madurez. Estas lecciones llegan desde diferentes ámbitos. El familiar
es posiblemente el más importante, ya que es durante la infancia cuando más
actuamos en modo esponja, absorbiendo todo aquello que vemos, olemos, oímos,
degustamos y sentimos. Y es en este entorno donde pasamos la mayor parte de
nuestro tiempo. Después tendríamos lo que podemos denominar educación social.
Para no entrar en profundidades diremos que en esta influye todo aquello que
nos llega a través del exterior: amigos, profesores, medios de
comunicación…etc.
En las condiciones actuales, lo habitual es recibir
continuos mensajes acerca de lo que está bien y lo que está mal, e incluir en
está última lista el racismo, el machismo o la homofobia, por poner algún
ejemplo. Pero basta echar la vista un poquito atrás, no mucho, digamos cuarenta
años, para descubrir que lo que ahora nos parece negativo y reprochable
socialmente, era admitido y normal tiempo atrás. El machismo no tenía una
etiqueta diferencial porque lo normal era ser machista, lo contrario era ser un
calzonazos. La homofobia tampoco estaba mal vista porque lo lógico era ser
“normal” (hetero) y el resto eran malformaciones mentales que a unas pocas
familias les tocaba “padecer”. Y racistas no éramos, por supuesto, ya que aquí
no había inmigrantes, los que emigrábamos éramos nosotros, y porque los gitanos
no contaban, ni siquiera para esto.
Está visto entonces que la educación recibida no es garantía
de éxito a la hora de vencer toda la basura que portamos y que algunos dejan
salir con demasiada frecuencia. Dependiendo de la familia que le haya tocado,
del ambiente donde se mueva normalmente y de la sociedad en la que conviva,
así serán los dogmas morales que porte en su cabecita, con el agravante de que
posiblemente crea que son de su cosecha y no una adquisición inconsciente,
como de hecho son. Quizás por ello, muchas personas de sobresaliente
inteligencia han defendido la teoría de que las normas sociales y de
convivencia se inventaron con el único propósito de que no acabáramos
matándonos unos a otros. Y razón no les falta, siempre y cuando crea que usted es aquello que ha ido aprendiendo en su vida y que no existe otro camino
para gestionar sus miserias.
Afortunadamente sí existe otro camino, pero exige un grado
de responsabilidad infinitamente mayor que el anteriormente mencionado. Se
trata de hacerse cargo de uno mismo para lo bueno y para lo malo. De disfrutar
conscientemente de todas las cosas positivas que hay en usted, y de admitir y
gestionar todas aquellas que no le gustan tanto. No es necesario que nadie le
enseñe que ser racista es malo. Usted tiene que saberlo. Porque si se observa un
poquito en determinadas situaciones, verá como el hecho de verse de pronto
rodeado de un grupo con el que, de entrada, nada tiene en común, le producirá
rechazo. Eso es humano, se siente vulnerable y es aquí donde puede decidir
que es mejor hacer. Puede defenderte, atacando o huyendo, o puede intentar
encontrar las cosas que sí tiene en común con ese grupo. Que esta acción sea
exitosa o no, dependerá también, como es lógico, de la otra parte. Pero eso no
importa, ya que se ha acercado saltando por encima de sus prejuicios y eso es precisamente lo
que marcará la diferencia, su actitud. Unas miras abiertas le darán la
posibilidad de descubrir, de aprender, de crecer. Lo contrarío le dejará
sentado junto a una inmensa montaña de mierda, mientras maldice por su mala
suerte, por lo mal que se porta el mundo con usted y lloriqueando porque nada
puede hacer. ¡Miente!, y lo que es peor, se miente.
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