Leer la prensa se ha convertido de un tiempo a esta parte
en un ejercicio de alta peligrosidad para el sostenimiento de la salud mental. Se
han unido dos “costumbres” en una misma época, ésta que nos ha tocado vivir, a
cual más aberrante.
Por una parte, los catastróficos efectos de esa cosa tan
cansina llamada crisis, parecen no tener fin en su afán de transmutarse cada
día convertidos en una nueva situación, a ser posible más Kafkiana que la
anterior. Cuando crees que ya lo has
visto todo, saltan a la palestra un Juez, un político o un fiscal para tratar
de convencernos a todos de que lo que vemos con meridiana claridad no es lo que
parece. Que la ley es la misma para todos, que es infalible y que por ello en
algunos casos hay que hacer una excepción.
-
¿Cómo, pero no acabamos de decir que es la
misma para todos? (preguntan algunos ciudadanos)
-
Claro, hijos míos, por eso hay que hacer la
excepción, para que se confirme la regla (tienen a bien respondernos sus señorías)
-
Ahora sí que no entendemos nada.
-
Por eso yo soy el juez y vosotros no.
Deben de pensar sus ilustrísimas autoridades que el vulgo
no está preparado para entender lo que ellos tratan de transmitir con palabras
llanas, haciendo un esfuerzo para bajar a las cloacas a predicar la gran
verdad, esa que especifica que en todo hay escalas de valor y no es lo mismo
juzgar a un señor ex ministro, a un distinguido Duque, a la hija de un rey o a
un poderoso empresario, que a un mecánico, un fresador o a una cajera del DÍA. Lo peor no es que cambien las reglas del
partido en el descanso (no me negará que la metáfora futbolística es muy
oportuna), lo terrible es que traten de explicártelo. Lo dicho, Kafkiano.
La otra “costumbre” a la que hacía mención
viene a tocar en la puerta de uno de los oficios más hermosos del mundo, y hoy
en día más podridos. El periodismo, o lo que queda de este. Dándole un
repasillo a los diarios de hoy, me he encontrado con un titular que me ha
erizado la piel, más por lo que no pretende contar que por lo que trata de
decir. Versaba así el susodicho: “EL TS condena a dos mossos por dar una paliza "gratuita e "indigna" a un ruandés". ¡Toma
ya!. Dejando al margen el hecho
de que dos energúmenos de uniforme le han dado una paliza a un tercero, que
siendo algo repugnante no quiero hoy referirme a ello, resulta que para el
redactor de esta noticia y para el señor juez que sentencia, existen diferentes
tipos de palizas a aplicar, dividiendo estas en digna o indigna por un lado, y gratuita o con motivo por otro. Aún a riesgo de verme nuevamente vagando por
una situación propia de la mejor prosa de Kafka, me gustaría que ambos
profesionales, Juez y periodista, me explicaran por qué al primero le parece
que una agresión física cometida por un policía puede ser alguna vez válida y otras gratuita, y
por qué el segundo normaliza la vergonzante sentencia publicándola en esos términos
y sin asomo alguno de crítica ante tamaño despropósito, salvo el entrecomillado
que coloca en las palabras gratuita e indigna, como tratando de quitarse el
muerto, afortunadamente no es literal,
de encima. Lo de “indigna” es aún mejor,
ya que al parecer un buen saco de hostias bien dado, es decir, con el estilo
elegante y acompasado que sólo unas buenas porras funcionarias saben dar, no es
motivo de reproche. ¡No se queje hombre! ¡con lo bien que le han zurrado!.
Dejo para el final la “exquisita”
diferenciación que se hace de la nacionalidad de la víctima. Y digo victima
porque sea o no culpable de aquello por lo que fuese detenido, este señor ha
sido víctima de una injustificable agresión. El caso es que denominar a algunos
por su nacionalidad tratando de que el lector se haga una estereotipada idea
del personaje, es como mínimo indigno (ahora sí viene a cuento) para alguien
que aspira a contar la verdad lo más imparcialmente posible. Me pregunto si tiraría
tan alegremente de procedencia para hablar de un compatriota de Merkel, por
ejemplo.
El periodismo, en su inmensa mayoría, pero
con gloriosas excepciones, ha consentido en asumir el discurso rancio, miedoso
y maniqueo de los poderosos, que tratan de dividir el mundo en buenos y malos
en función de los cuartos que se les pueda sacar. Y esto está condenando el oficio
a convertirse en un circo de letras, más preocupados por impactar (vender) que
por informar. Pero como diría Superatón, “no se vayan todavía, aún hay más”.
Ahora viene el descojone. Resulta que lo que nos han contado en el titular poco
tiene que ver con el fondo del asunto. Me explico y resumo: un tío estafa a
unos empresarios con un método parecido al timo de la estampita. Estos,
cabreados por el pase torero que le acaban de dar, ¡a ellos que han llegado a
empresarios!, llaman a sus dos coleguitas maderos para que le den un
escarmiento al timador bajo el amparo de sus placas. De risa, no solo pegan
sino que actúan de matones por encargo. Y claro, si esto es lo que ha salido a
la luz, a saber cuantos favorcillos más se habrán prestado unos a otros antes
de que el asunto se les fuera de las manos. En fin, vamos a dejarlo aquí que
antes de publicar este artículo tengo que buscar un titular “Brillante”.
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