Señor Presidente:
Ante todo, y para que no se me asuste, quiero dejarle claro
que, al contrario que millones de españoles, yo no le odio. Ni siquiera me cae
usted mal, en realidad no me cae, y esa es la raíz del problema. Desde que
tengo consciencia de su supuesta existencia, me ha parecido usted lo más
semejante a una maleta que he visto en el mundo de la política. Sé que va usted
de un lugar para otro gracias a las imágenes de los medios informativos y sin
embargo, siempre me queda la misma sensación; la de que hubiese dado igual que
fuera allá o acá, o que se quedara aquí o allí. Créame, usted no molesta, y lo
que en momentos determinados puede ser una virtud, en usted se ha convertido en
una forma de vida inexplicable.
Seamos sinceros, usted manda poco. Y es probable que piense
que no haciendo y dejando que los demás hagan, usted saldrá de rositas en el
legado histórico que deje su mandato. Pues se equivoca, y gravemente, por dos
motivos:
Uno, no ensuciar no lleva aparejado no limpiar. Las cosas se
manchan lo queramos o no, en política mucho más, y cuando uno no actúa, las
ratas acaban por hacerse las dueñas del lugar. No, lo de las ratas no es una
metáfora. Además, el hecho de mirar hacia otro lado le convierte a usted en
cómplice y coautor de las fechorías que cometen aquellos que de un modo u otro
están a su cargo. Para mí, es usted el principal responsable de la
privatización sanitaria, que quiere acabar con uno de los mejores sistemas de
cobertura médica del mundo, de la privatización educativa, que trata de
segmentar la población entre curritos y gestores en función de sus posibles
económicos, de la caída en picado del valor de las instituciones estatales, de
los entupidos enfrentamientos lingüísticos, del recorte de asistencia social,
que está creando tanto dolor en una población ya dolorida, del resurgimiento
del caciquismo, de la desvergüenza de los empresarios que piden mano esclava a
cambio de mover un dedo, de los robos y chanchullos ilícitos cometidos por
muchos miembros de su partido, alguno de ellos Ministro, de la caspa que llueve
cada día desde la mayoría de medios de comunicación, del encabronamiento
general en un país que puede alcanzar temperaturas peligrosas… etc, etc, etc.
Dos, es usted quien elige de quién se rodea, y créame, es muy
difícil hacerlo peor. En su gobierno hay personajes que se pasan de frenada
casi a diario, dejando un olor a goma quemada que ni Nacho Vidal en un anuncio
de Durex. ¿Es usted consciente de la caradura que tiene Ana Mato?, ¿No se ha
dado cuenta de que Fernández Díaz huele a naftalina cada vez que abre la boca?
¿No se percató aún de que a la derecha de la derecha está Gallardón queriendo
revivir “tiempos gloriosos de la moralidad”, y de paso esperando su caída para
ocupar su puesto?, ¿No ha visto que Wert y Fátima Báñez son de esos
incompetentes que acaban haciendo mucho daño? ¿Y que me dice de Montoro?, ¿En
serio no cayó usted en la cuenta de que estaba poniendo de Ministro de Hacienda
a un señor que, antes de ser nombrado Ministro, se dedicaba a asesorar empresas
para trampear, legalmente, eso sí, en sus declaraciones?. Del señor De Guindos
no sé que contarle, es tan esperpéntico nombrarlo Ministro de Economía como
puede serlo poner al lobo al cuidado de las ovejas.
Los tiempos de crisis son un mal necesario, un momento de
agotamiento que trae consigo nuevas oportunidades, nuevos caminos, o la vuelta
al inicio de la ruta, depende de cómo se gestione. Desgraciadamente, el absurdo
colectivo le convirtió a usted en presidente en uno de los momentos más
importantes del país, y lo vamos a lamentar… mucho tiempo. Un hombre que ha
sido capaz de convertir el gobierno de la última legislatura de Zapatero en
algo no tan malo, no es de fiar.
Para terminar le voy a regalar una recomendación. Lea usted
muchos libros de historia, todos los que pueda. Quizá así se de cuenta de que
está conduciendo su barco a mar abierto, y de que apenas le queda combustible. ¿Y
sabe usted lo que hace la tripulación cuando en medio del mar y sin combustible
comienza a tener hambre?.
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