Por si acaso me pongo un poco borde en alguna línea, lo voy
a avisar antes: estoy muy enfadado. Lo que me ha ocurrido clama al cielo y no
puede quedar así. Por ello he decido aprovechar este espacio para denunciarlo y
para que todo el mundo lo sepa.
Anoche puse la tele un ratito antes de acostarme, como
somnífero a mí me funciona de maravilla. Sin embargo, esta vez me desperté en
el intermedio de la película que estaban emitiendo, no me pregunten cual era
porque no tengo la más remota idea, y comencé a fijarme en los anuncios. Hace
ya tiempo que adquirí la costumbre de ver la televisión con el mando en la
mano, costumbre ésta muy extendida entre los hombres, y he de confesar que he
conseguido alcanzar velocidades de rayo a la hora de cambiar de canal cuando el
programa que estoy viendo interrumpe su emisión para ir a publicidad. En
cambio, aún no sé muy bien por qué, es posible que Morfeo no me hubiera
abandonado del todo, esta vez me quedé con los sentidos clavados en la
pantalla. En mi televisión de tubo, lo siento no tengo plasma, soy un
romántico, apareció lo que llevaba tanto tiempo buscando. ¡¡¡Eureka!!! grité
emocionado, consiguiendo despertar al bebé de mis vecinos (que se joda, él me
hace lo mismo a mí dos noches sí y una también).
Apenas pude pegar ojo en toda la noche ansioso como estaba
porque llegara el nuevo día. Nada más amanecer me levanté de un salto, me dí
una ducha rápida y salí pitando sin desayunar. Cuando llegué a la puerta de El
Corte Inglés (espero que no se note la publicidad encubierta) aún no habían
abierto. Claro, eran apenas las siete y media de la mañana. Busqué un cafetería
en los alrededores para llenar un poco el estomago, el no es tan despistado
como yo y ya comenzaba a reclamar su ración matinal. Como estaba tan nervioso
me conformé con un ligero desayuno formado por tres churros, dos porras, media
tostada de aceite, media de tomate y dos de mantequilla. Todo ello regado por
tres cafés, cortos, eso sí, ya he dicho que andaba desganado.
A las diez en punto abrieron las puertas de ese magnífico
centro comercial llamado El Corte Inglés (Bufff, creo que hora se me ha notado
un poco más). Entré cual María en bata de guatiné el primer día de rebajas,
dispuesto a encontrar mi tesoro. Llegué a la sección de perfumería, gracias a
las excepcionales indicaciones que hay en este majestuoso gran almacén, y allí estaba, esperándome, brillante,
pequeñito y en diferentes colores. En letras mayúsculas pude leer el nombre de
la pócima: AXE. Cogí uno de cada y me
dirigí a la caja. En el camino, y no siendo capaz de aguantar la tentación, me
rocié los bajobrazos que unen al tronco, también llamados sobaquillos, y el
pecho. No escatimé en gastos, me pulí dos botes de un plumazo.
Al llegar a la línea de cajas oteé debidamente en busca del rostro
femenino que más se acoplará a mis gustos. Lo encontré y me dirigí, pecho
inflado y altiva barbilla, hacia el. Al llegar puse mis ojillos de galán y le
dije: “Buenos días señorita, no sabía que la primavera había florecido tanto en
El Corte Inglés”.
Ustedes me comprenderán, lo lógico es que ante una frase
como esa e impregnado de AXE hasta las trancas (esta última palabra podría cambiarse
al singular y seguiría teniendo sentido), la chica hubiese saltado la cinta trasportadora
y se me hubiese lanzado a la yugular… para lamerla… la yugular digo… bueno
ustedes me entienden, ¿no?. Pues NO. ¿Qué creen que ocurrió?. La señorita me
miró con los ojos bañados en legañas y me dijo, literalmente: “son 32 con 80, ¿va
a querer bolsa?.
Estaba claro lo que había ocurrido. Tuve la mala suerte de
ir a por la empleada contratada en el plan de integración de discapacitados. La
pobre tenía que tener la pituitaria echa ciscos y probablemente la nariz ya sólo
le servia para sostenerse las gafas. De otra forma no puede entenderse que no
se me tirara encima al olerme. Ante mi primer intento fallido salí de allí en
busca de nuevos intentos. A las doce y media de la mañana me volví a casa exactamente
con ciento cincuenta y dos intentos fallidos.
He llegado, querido amigo, a la conclusión de que, aunque a
usted le cueste creerlo, los anuncios mienten. El desodorante no hace que las
mujeres caigan a tus pies, la leche desnatada no te hará adelgazar, sobre todo
si la empujas con dos tostadas, una determinada marca de cereales no va a
conseguir que Natalia Verbeke cague a tu
lado, un coche no te hará crecer el pene por muy potente que sea, el coche, una
sola cerveza no te convertirá a ti y a tus amigos en los seres más felices de
la tierra, quizás quince o veinte sí….
Todo, absolutamente toda la publicidad de la televisión es
una pura falsedad. Bueno, todo menos EL Corte Inglés, claro.
Postada_ Ruego al señor representante del prestigioso centro
comercial E.C.I (lo pongo en siglas para no desvelar el nombre de la empresa)
realice la transferencia acordada lo antes posible.
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