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jueves, 16 de enero de 2014

Construcción blanda con judías hervidas (con permiso de Dalí)





Me parece increíble que determinados “revisionistas” de la historia evolutiva humana sigan empeñados en hacernos creer que el hombre no procede del mono. Basta con contemplar unos instantes la actuación de un grupo de antidisturbios para tener la certeza de que Darwin acertó, si no de pleno, sí en buena parte.

Cuando uno observa aturdido el ir y venir de porras en manos de semejantes cenutrios, se pregunta cómo es posible que éstos y Charles Baudelaire puedan pertenecer a la misma especie. Es más, me pregunto qué extraño mecanismo  mueve la madre naturaleza para hacer que unos evolucionen tanto y otros tan poco. ¿O será una cuestión de elección personal?

El caso es que, al margen de que los Darwinistas tienen en estos zopencos una buena oportunidad para hallar el eslabón perdido, me preocupa mucho más lo que hay encima de los hilos de la marioneta que lo que hay debajo.  
Vivimos tiempos moderadamente convulsos, de eso puede darse cuenta hasta el más Rajo… perdón, digo tonto, y me temo que no tardaremos en descubrir que éstos no son más que la antesala de la rebelión.  Y si mucho no cambia el rumbo, el estallido será doloroso.

No puedo defender la violencia exacerbada. No me gusta, me produce un rechazo natural que me nace de la rabadilla y sube hasta la azotea craneal. Qué le vamos a hacer, nunca seré un supermachote. Pero una cosa es que no me guste y otra bien distinta que no la entienda.  Y cuando en alguna tertulia informal, de esas en las que todos decimos cosas por las que podríamos ser declarados persona non grata, suelto aquello de que un estallido violento en las condiciones en las que estamos sería de lo más normal, lo que quiero decir, concretamente, es que en el nivel evolutivo en el que estamos eso es lo “natural”.


No es de extrañar que algunos sociólogos españoles estén intentando comprender la razón por la cual, tras sufrir unos recortes sociales sin precedentes, el país se mantiene, en su mayoría, en un estado de calma que comienza a ser inquietante.
Yo a esto lo llamo el efecto tsunami.  Como saben, cuando se produce este fenómeno de la naturaleza, el mar comienza a retirarse, a replegarse hacia el interior, para de pronto salir de su habitual cauce con una fuerza desmedida.


Pero lo peor de esto es que, lejos de preocuparse por ello, los mandatarios españoles, grandes desconocedores del pueblo que gobiernan, parecen satisfechos con el hecho de que por el momento el personal sigue aguantando sus continuos ataques. En realidad ellos no lo saben, pero que a estas alturas la gente no haya dicho “hasta aquí hemos llegado” es lo peor que les podría (nos podría) pasar.


No somos Europeos al uso, eso deberían tenerlo en cuenta, y el español tiene la histórica costumbre de soportar mucho hasta un punto en el que no soporta nada. Todavía estamos en la fase en la que un dialogo sería posible. Quizás los “dueños” del cotarro puedan reflexionar, reparar algo de lo que han roto y, sobre todo, no seguir tensando la cuerda. Aunque me temo que esto no será así por una sencilla razón: ellos también son españoles. Y también tienen sus históricas costumbres, por ejemplo, querer diez cuando tienen cinco, veinte cuando consiguen diez y así sucesivamente.


 
La senda que transitamos no puede llevarnos a nada bueno,  y desgraciadamente no somos una sociedad que sepa dar marcha atrás sin antes liarse a hostia limpia intentando encontrar un culpable. Claro que también es posible que España haya cambiado mucho más de lo que a mí me parece, que nos hayamos convertido en ciudadanos muy civilizados y que seamos capaces de reconducir la situación sin sacar las manos a pasear.



Pero qué quieren que les diga, yo miro a esos antidisturbios golpeando sin contemplación a todo aquel que intencionada o accidentalmente se puso en “su” camino y me parece estar viendo a un grupo de españoles de pura cepa, de esos que han ido acumulando kilos de rabia en su interior hasta que un día la bilis les fluye como fuentes por todo el cuerpo. Y ahí no conocen a nadie, la mente está anulada y las tripas toman el control.

Escucho a los tertulianos condenar la violencia de Gamonal con todo tipo de adjetivos y me pregunto si no deberían de guardar algunos para más adelante, por si acaso. 


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