Aquel viejo trasto estaba pidiendo a gritos su jubilación.
Mientras trataba de relajarse viendo una película sobre la II Guerra Mundial,
tema éste que le apasionaba desde niño, la tele volvió a hacer de la suyas.
Era una aparato pesado y corpulento. A diferencia de sus
iguales contemporáneos, tenía una espalda exagerada, cheposa y negra, que le
daba un aspecto de carga insoportable. Un barriga saliente, relajada, muy lejos
del perfecto vientre plano que lucen ahora otras teles.
No había razón para mantenerla. Tenía el dinero suficiente
para deshacerse de ella y sustituirla por una de última generación. De esas
apaisadas que te permiten pasar del, al parecer, ya insuficiente mundo de las
dos dimensiones, al mágico escenario invasivo del 3D. Además, recuperaría gran
parte del espacio que ahora le roba su vieja Siemens.
Pero le daba pena. ¡Eran tantos años de mutua compañía!.
¿Cómo iba ahora a abandonarla por el simple hecho de que a uno de los dos se le
estaba yendo la cabeza?. Porque eso era lo que pensaba de ella cuando, sin
venir a cuento, le cambiaba de canal.
Aquella tarde volvió a hacerlo. Mientras veía la película “La
lista de Schindler” en un canal de entretenimiento , se preguntaba como era
posible que todo un pueblo, toda una nación, cientos, miles, incluso millones
de personas, hubiesen consentido de forma activa u por omisión, que se
cometieran todas aquellas barbaridades.
“Más de doscientos fallecidos en el incendio
del barco de Lampedusa…” “¡Qué
hija de puta!”. Gritó mientras buscaba ansiosamente el mando para cambiar de
canal. “Ya me ha vuelto a hacer zapping la muy cabrona”.
Instantes después, el clack
clack de la maquina de escribir de aquel judío que ayudaba a Schindler a
redactar sus listas, continuó con su musiquilla celestial, sonidos de la
salvación a ritmo monótono. Y mientras
el hombre volvía a sumergirse en la historia, nuevas preguntas acudieron a su
sesera: ¿Pero como puede alguien permanecer impasible cuando sabe algo como
esto?... ¿se puede llegar a ser tan cobarde?, ¡qué asco, qué asco de alemanes!,
¿cómo pudieron degradarse tanto? …
“Según ha declaro el Ministro de Exteriores, las
polémicas concertinas no tratan de dañar a nadie, tan solo salvaguardan la
legitima seguridad del estado….”
¡Me cago en tus muertos”, dijo el hombre amenazando a su
vieja compañera con lanzarle el mando. “¿Se puede saber qué carajo te pasa
hoy?”, “Si me lo vuelves a repetir te lanzo por la ventana, ¿me has oído?, ¡por
la ventana!”
Cambió nuevamente el canal y pudo seguir viendo la película.
Pero el ajetreo que le impuso aquella tarde la vieja Siemens ya no le dejó
volver a la normalidad. Una tormenta de imágenes y preguntas cruzaban a toda
velocidad por su cabeza: ¿qué hubiera hecho yo de haber nacido en la Alemania
Nazi?... ¿Hubiera dejado a los soldados llevarse a todas aquellas personas
sabiendo que iban a matarlas?...¿Como se puede vivir sabiéndose cómplice de
algo tan horrible?... ¿Héroe vivo o cobarde muerto?...¿héroe vivo o cobarde
muerto?..........¿héroe vivo o cobarde….muerto?.
Aquella última cuestión le llenó de angustia. Comenzó a
sudar por todas las partes de su cuerpo, las manos empapadas, las sienes
perladas y bombeando como una maquina de vapor a todo trapo. Se sentía un poco
mareado, un poco desconcertado y un mucho furioso.
“La muerte por
tuberculosis del Senegalés al que se le denegó la atención sanitaria…”
El hombre dio un respingo al comprobar como su compañera le
traicionaba en el momento en que más necesitaba de ella para calmarse. Respiró
hondo, se levantó del sillón y dejó caer el mando. Ni siquiera se molestó esta
vez en volver a cambiar de canal, ya no le interesaba la película.
Dio unos pasos hasta llegar a ella. La agarró de los lados
con todas sus fuerzas y la arrancó de la pared, sin desenchufarla, para
llevarla hasta la ventana y dejarla caer.
Dos semanas después, el hombre ve una divertida comedia
americana que ofrecen por televisión. Se ha hecho con un pantallón extraplano
de 47 pulgadas. Una nueva amiga que no rechista cuando su amo quiere ver esto u
aquello. Obediente, como tiene que ser.
El hombre se siente satisfecho. Tiene lo que quiere, o
cuanto menos, lo que cree que quiere. Y ello le hace sentir relativamente
cómodo. Pero, afortunadamente, este
hombre es muy despistado, y no se percató de que el mando de su antigua Siemens
quedó atrapado entre los blandos y acogedores cojines de su sillón. Gracias a
ello, de vez en cuando, siente algunas molestias al sentarse frente a su
televisor, provocadas siempre por los restos que dejó su vieja amiga.
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