Mucha tinta se ha derrochado ya para analizar las andanzas del pequeño Nicolás, demasiada para un personaje tan chapucero.
Y mientras pienso esto, me descubro golpeando teclas con la imagen del pijillo de moda en la cabeza, tratando de encontrar aquello que aún no se ha dicho sobre este fenómeno tan creciente como, posiblemente, efímero, y la verdad, seré sincero esta vez, pero no se me acostumbren, no tengo nada novedoso que añadir.
No me interesa especialmente su figura, tiene la pinta de ser un aspirante a psicópata que corre el peligro de quedarse en nada. No es que sea tonto o carezca de habilidades, más al contrario, el chico tiene cierto talento, pero ha tenido mala suerte, muy mala.
De haber nacido unos años antes, ahora estaríamos ante un miembro más del poder español. Y es que tiempo atrás el corrupto, el timador profesional y el arribista de alta clase se movían en circunstancias distintas a las actuales. Había que practicar un poco de contención para sobrevivir en ese mar de tiburones que es el entramado de corrupción nacional en el que se ha ido convirtiendo España.
Uno podía robar o estafar, faltaría más, pero no estaba permitida la ostentación exagerada bajo pena de exilio en el paraíso de los podridos éticos.
Cuando uno nada en aguas tan pantanosas ha de tener muy presente que la invisibilidad es una cualidad indispensable para no ser devorado por tus propios compañeros, ansiosos ellos de que muestres el más mínimo signo de debilidad para lanzarse sobre tu yugular y sacarte del juego. ¡Más pastel para ellos!
Nicolas quería jugar, tenia cualidades para hacerlo y buen ojo para elegir maestros. Se arrimaba con talento a algunos de los mejores falsarios de nuestra sociedad. Les hablaba en su mismo idioma y recibía golpecitos en el lomo a modo de agradecimiento, ¡buen chico!, ¡buen chico!... pero le faltó paciencia.
La década del 2010 al 2020 será posiblemente recordada como aquella en la que comenzaron a caer las máscaras. Y Nicolas es una víctima de estos tiempos en los que el malnacido ha decidido arrancarse la careta porque ya no le basta con controlarte en la sombra, ahora necesita regodearse en ello. Son los estertores del gen de señorito andaluz que algunos portan desde hace decenas de años y al cual se resisten a abandonar.
Posiblemente el chiquillo pensó: “si Ana Mato puede ser Ministra, Aznar, Zapatero y Rajoy presidentes del Gobierno, Letizia reina, Eduardo Inda periodista famoso y Cañete comisario europeo de Medio Ambiente, ¿Cómo no voy yo a ser capaz de quedarme con el personal y vivir del cuento?
Y razón no le falta, pero insisto, Nicolas, pobre diablillo, has escogido bien el “cómo” pero mal el “cuando”.
Todavía le queda un último reducto a dónde acudir para aliviar esas ganas tremendas que tiene de convertirse en un hijo de la gran puta profesional. Los espacios que las televisiones españolas dedican a la carroña, es decir, un sesenta- setenta por ciento de toda la programación, estarán encantados con la idea de recibir en plató a tan ilustre Nadie para acribillarlo con preguntas de alto nivel intelectual, tipo ¿Qué clase de meretrices gustan a fulanito o menganito? O esa tan bonita de ¿es el rey tan campechano como parece?
En fin, un asco, así que Nicolasillo, no desesperes que algo de tarta, en estado de descomposición, eso sí, todavía te podrás zampar.
Pero no quisiera finalizar así, cargando contra este “pobre chaval”, sin recordarle a toda esa banda de hienas desmemoriadas que pululaban a su alrededor recibiendo u otorgándole favores, que, por mucho que ahora nieguen conocerle, ellos han sido la clave para que el fenómeno de Nicolas pueda convertirse en realidad. Es imposible que esto hubiese ocurrido en un sistema que no está corrompido de arriba abajo. Habría saltado la liebre a las primeras de cambio. Y sin embargo, el pijillo ha llegado tan alto porque era parte de las alcantarillas del sistema. Lo triste, es que gran parte del sistema es ahora mismo una alcantarilla en sí mismo.
Puede tomarse a chufla, pero este tema no tiene ninguna gracia. Nicolas es la evidencia de nuestras miserias como país. Su aparición en escena abre muchas preguntas:
• ¿Quién le otorgó escolta? ¿Y por qué?
• ¿Qué hacía junto al rey? ¿Quién lo llevó allí? ¿Por qué?
• ¿Qué hacía en FAES en la mesa de Aznar?
• ¿Por qué Arturo Fernandez, el de la patronal madrileña, le dio permiso para decir por ahí que era familiar suyo?
• Etc, etc, etc
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