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viernes, 27 de junio de 2014

La erótica del mal






En 1994 Oliver Stone, director conocido por su tendencia  al exceso, cinematográfica y personalmente hablando, estrenó una extraña y violenta película llamada “Asesinos Natos”.  En ella,  una pareja de peligrosos delincuentes acaban consiguiendo el beneplácito de la masa gracias a la fama a la que fueron dirigidos por los medios de comunicación.

En su día me pareció una película interesante pero excedida en su intento de analizar la relación entre los medios informativos y la interpretación de la violencia.  Hoy, veinte años después, siento decir que Stone tenía razón.



Jeremy Meeks es un peligroso delincuente de atractiva apariencia.  Su mami, llevada por ese instinto animal que justifica cualquier cosa que haga su retoño, comenzó en facebook una campaña para recaudar dinero con el objetivo de conseguir su liberación. El gran acierto de la señora fue la de colocar una foto del chavalote como reclamo. ¡Y vaya si funcionó!   Más de doscientos mil fans tiene la página en cuestión, y la suma recaudada ronda ya los cinco mil dólares (y subiendo).

La maldad tiene una parte tremendamente atractiva que no debemos obviar. Todos, de una u otra forma, sentimos esa atracción que ejerce la malicia. ¿Tan podridos estamos? Francamente, hablando en términos generales, no lo creo.


En realidad, el mal que nos cautiva no es tal. Es una maldad a medida, retocada y esbozada por los deseos de nuestra mente. De hecho, la diseñamos tanto que si nos fijamos bien podremos observar cómo el resultado final se asemejaría más al retrato de un converso que al de un malvado. Es un juego, y por lo tanto maleamos el personaje a nuestro antojo para hacerlo más deseable a nuestros intereses.

Este ejercicio no tiene, a mi entender, nada de malo. El gusto por el pecado es algo natural, como natural es la curiosidad que nos insta a traspasar lo prohibido. Una mente equilibrada puede entrar en el juego de la ensoñación, de cualquier tipo, sin peligro de quedarse atascada en la irrealidad. Cosa distinta ocurre cuando, acostumbrados a la virtualidad, la frontera entre lo real y lo imaginado se confunden.

Internet es una herramienta muy poderosa, demasiado nueva y, en consecuencia, peligrosa para mentes poco desarrolladas. No es ni buena ni mala, como todo en la vida depende del uso que hagas de ella. 

Un mundo virtual se acaba de abrir a la humanidad,  y eso, de entrada, es una gran noticia. Posibilita una mejora sustancial en nuestra capacidad de comunicación y nuestra oportunidad de conseguir información. Pero es extremadamente importante aprenderse la primera lección: internet es virtual y por lo tanto no real.

 Sin aprender esto mal vamos. Conseguimos el efecto contrario al que estamos buscando. Queremos más comunicación y acabamos aislándonos frente a una pantalla. Queremos más información y damos por cierto lo que se nos muestra en el cristal, sin contrastar las noticias. Queremos buscar y acabamos por perdernos del todo.



Entiendo que es esa, y no otra, la razón que lleva a cientos de jovencitas y jovencitos a enviar dinero a una cuenta destinada a sacar a un peligroso delincuente de la reclusión, no porque piensen que es inocente o esté rehabilitado, sino porque es guapo. Cada uno de los donantes ha construido con su imaginación una historia personal con ese muchacho. Unos se lo imaginan traviesillo pero atento con los niños. Otros atracando bancos pero dejándole una rosa cada mañana sobre la almohada antes de marcharse a la oficina, de otros, entiéndase, porque la va a atracar. Otros se concentrarán en las fantasías de alcoba, en las que el tipo será el amante perfecto, el que mejor las/los enviste, o el que mejor las/los besa, o el que mejor las/los ata a la cama… vaya usted a saber. Pero ninguno de esos muchachos imaginados existe. De hecho,  el que existe, de conocerlo, no les gustaría nada (tarados aparte). Son invenciones cuya única base parte de una imagen, de una foto, de un instante agraciado sobre el que comenzamos a escribir en el aire una fábula para nuestro deleite. Nada más. 


La imaginación es una de las mayores bendiciones que nos ha otorgado la naturaleza. Con ella puedes viajar, conquistar, volar, saltar, seducir, incluso cometer maldades ¿por qué no? ¿Acaso no se ha imaginado nunca el magnífico bofetón que le daría a ese vecino tan estúpido que le mira con desprecio?... no pasa nada, si no se lo da, claro. Pero si eso le sirve para relajar tensiones, adelante, estámpelo contra la pared (¡he dicho en su imaginación!)  


Tampoco quiero decir con esto que el cultivo de pensamientos negativos sea innocuo, al contrario, un modelo imaginativo tendente al dolor o la violencia le conducirá por muy mal camino. Pero si tratamos nuestras construcciones mentales del mismo modo que Ibáñez traza sus historias en los tebeos (con gente atropellada por un camión que se levanta en modo monigote cagándose en todo, por ejemplo) nada malo le ocurrirá. El humor, también aquí, es fundamental.


La problemática en este tema surge por tanto en el puesto fronterizo que se establece entre el yo existente y el yo virtual. Usted y yo nos podemos comunicar por Wassap, por ejemplo. Usted escribe en su teléfono algo y yo lo recibo en el mío. Hemos establecido una relación, cierto, pero ésta no deja de ser virtual. Es decir, irreal. Si desglosa la operación se dará perfecta cuenta de que usted está tratando con una maquina, igual que yo, y que la relación establecida se mantiene siempre y cuando permanezca el mismo muro que nos separa, en este caso nuestros teléfonos móviles.
Por tanto, será espléndido el invento si sirve como punto de partida para una comunicación real, de lo contrario el contacto será siempre rehén del vehículo, con todo lo que ello conlleva.


Para verlo más claro traslademos la cuestión al loco mundo de Facebook. En éste se mueven un sinfín de actores enmascarados, unos conocidos y otros no, pero todos enmascarados, con diferentes formas de pensar, diferente forma de transmitir y diferente forma de interpretar. Supongo que más de una vez se habrán parado a cuestionar si lo que acaban de leer es una broma, una ironía, una noticia bomba, una burla o un intento de desprestigiar a algo o a alguien.  Una misma frase o imagen tienen significado distinto dependiendo del origen, del transmisor y de la fuente. Analizar esto de forma automática se llama saber leer (audiovisualmente hablando también lo llamamos así). Y el hecho de saber leer es el primer paso para aprender a distinguir entre lo real y lo irreal.


Pues bien, los chicos y chicas de los que les hablaba antes, los de las donaciones, tienen un gravísimo problema de analfabetismo Neotecnológico (si me permiten el término). No saben distinguir realidad y ficción, no porque se hayan vuelto locos, sino porque no saben lo que están leyendo. Engullen sin parar imágenes, textos y audios sin filtrar más que en niveles muy básicos y se convierten así en individuos fácilmente manipulables y tendentes a la interpretación errónea. Y a la hora de dejar volar su imaginación en un barco cuyo timón es manejado por sus deseos, comienzan a crear una historia hecha de nubes que solo puede sobrevivir en su cabeza. Pero para ellos es real, muy real, y esto sí es un problema.
  

No es este un tema baladí en unos tiempos en los que la tecnología se mueve a una velocidad muy superior a la que podemos asumir. Para talar un árbol es más efectiva una moto sierra que un hacha, siempre y cuando nos tomemos un tiempito en aprender cómo funciona la moto sierra. De no ser así, adiós brazos, adiós piernas o adiós cabeza.

No es gracioso ni positivo apoyar, financiar o defender algo o a alguien dejándonos llevar por una imagen. Hay que leer, releer y analizar un poco antes de lanzarse al sinsentido. Esto último es mejor dejarlo para la imaginación, para el deleite de las ensoñaciones, pero teniendo muy claro lo que es y lo que no es.

Mientras tanto sueñen todo lo quieran, con quien quieran y como quieran, por muy malvados que sean… algún día les contaré mis fantasías con Lucía Figar, una de mis políticas-villanas favoritas… pero eso será otro día… quizás. 


lunes, 16 de junio de 2014

El sueño (a Felipe VI)





España. 19 de Junio de 2014



Las calles de Madrid amanecieron cubiertas por una multitud silenciosa. Millones de personas poblaban las aceras del recorrido que la comitiva real iba a realizar para entronar a Felipe VI, rey de una nueva España… una muy distinta a la que el príncipe había imaginado encontrase en el día de su coronación.



Lo solicitaron numerosos cargos institucionales de relevancia, incluida la señora alcaldesa de la capital, pero olvidaron concretar. Quizás por ello, la mañana del Jueves 19 los balcones y ventanas de todo el país lucieron banderas… republicanas.



Letizia parecía asustada. Sentada junto al futuro rey, miraba con asombro tras la ventanilla del real vehículo. Afuera nadie entonaba odas a los nuevos monarcas, tal como hubiera deseado la joven pareja, pero tampoco había protestas. Solo multitud y silencio. En un gesto humano y bondadoso, poco habitual  entre las paredes de palacio, Felipe apretó la mano de su esposa y esbozó, con esfuerzo delator, una media sonrisa con intenciones tranquilizadoras y resultados de inquietud.


·         No te preocupes querida, se acostumbrarán. Esto no tiene marcha atrás. –dijo el llamado a ocupar el trono-


·         No estoy yo tan segura, ¿has visto sus caras? –dijo la candidata a consorte-


·         Claro que puedo verlas, y no hay ningún peligro. No se atisba la menor brizna de odio en ellas.


·         Eso es lo que más me aterra… parecen tan seguros.





La comitiva llegó a la carrera de San Gerónimo. Allí los príncipes descendieron de su vehículo para ascender por la escalinata del Congreso De Los Diputados, flanqueada por unos leones cuya  imagen parecía más mansa de lo habitual.  El silencio era ensordecedor.




Una vez dentro, fueron recibidos por docenas de cortesanos de diferente pelaje. Trataron de tranquilizarse unos a otros ante la insólita situación que suponía la agresiva respuesta de todo un pueblo al ejecutar una maniobra tan brutalmente pacífica.  No lo consiguieron. Las manos sudadas se multiplicaban a cada minuto, a cada respiración, a cada oído atento al aterrador silencio proveniente del exterior.




Los uniformes bailaban nerviosos de un lado a otro del hemiciclo acompañados con el tintineo de sables oxidados. No sabían qué estaba pasando y eso impedía una respuesta adecuada. Mil veces hubieran preferido un acto atroz de violencia, un intento de atentado o  al menos la quema de contenedores. Pero nada de eso ocurría. Teorizaban sobre los organizadores de esta protesta, pues así tildaban el hecho, mientras ponían a caer de un burro a los servicios secretos de inteligencia. ¿Cómo pudo el pueblo organizar semejante espectáculo en las narices de los poderes sin que estos se percatasen?  Algo había fallado, algo no, mucho en realidad, pero ahora no era el momento de buscar culpables. Ahora había que actuar.




Entre los asistentes al evento los generales eran los más partidarios de sacar la artillería y apuntar contra la población. No pretendían disparar, de momento, ya que pensaban que con el simple hecho de amenazar al pueblo con sus armas este se marcharía o comenzaría a aclamar a su rey, como debieron hacer desde un principio. 


Los políticos preferían preparar una comparecencia urgente ante la prensa para tratar de convencer a la población de que lo mejor era desistir de esa absurda posición y hacer país junto a sus líderes. Ellos eran los garantes de la democracia y así tiene que reconocerlo el pueblo. Y si no… bueno, si no eran capaces de convencerlos… no había plan B. Habría que improvisar, como han hecho tantas veces.




Los empresarios y banqueros ilustres, invitados también al acto, no dieron opinión alguna. No porque no la tuvieran, sino porque a los pocos minutos de comenzar el extraño suceso salieron por patas rumbo a Suiza. Al parecer, su patriotismo se hallaba a buen recaudo en la caja fuerte de un banco lejano… o no tan lejano.




La confusión dentro del congreso iba in crescendo y la ceremonia de entronización sin comenzar, cuando por fin se dispuso a hablar el príncipe:


·         Españoles de bien –dijo para comenzar- es hora de demostrar vuestro amor por esta patria que tanto nos ha dado y a la que nunca estaremos suficientemente agradecidos. Hay que salir ahí fuera para convencer al pueblo de que nosotros sabremos hacer lo mejor para España.


Un fuerte aplauso nacido de todos los asistentes emergió a los pies del futuro Rey.


·         Bien sabéis que el Rey ha de ser el primero en exponerse  en los momentos de mayor dificultad…


Más aplausos y con más viveza si cabe que en la anterior ocasión


·         …Pero no puedo poner en peligro la integridad del estado y por tanto a mi persona ni a la familia que con orgullo conserva la sangre Borbónica…


Los aplausos cesaron de repente


·         Algunos de vosotros habréis de salir en mi nombre para convencer al pueblo, mi familia y yo os aguardaremos aquí custodiando el sagrado símbolo de nuestra democracia.



Ahora el silencio se instaló también de puertas para adentro del congreso. 



Nadie salió. Nada se supo de lo que ocurrió a continuación allí dentro. Unas horas después el congreso emuló a la mantequilla sobre una sartén caliente. Poco a poco fue desapareciendo ante la mirada serena, paciente y callada de la multitud.



Cuando nada quedó, la masa comenzó  a dialogar. Se pusieron de acuerdo para reconstruir el edificio y comenzaron la obra.



La intención era hacer un palacio, fuerte y acristalado, transparente. Con muchos arcos de acceso y ninguna cerradura.



Era una bonita idea. Se iniciaron los trabajos con ilusión y esfuerzo. En principio todo pinta bastante bien, aunque entre la muchedumbre constructora ya hay quien trata de convencer a los demás de la conveniencia de vestir el edificio con puertas de acero y paredes de hormigón. 

jueves, 5 de junio de 2014

Ensayo guillotinesco sobre una corona







Cada uno explica las cosas a su manera.  La inmensa mayoría lo hace de forma inconsciente en función de sus vivencias, de la percepción de sus sentidos y del tamizado de su mente. Estos tratan de convertir su verdad (relativa y pasajera) en la verdad, y como es lógico fracasan.

Pero admitir el fracaso es duro y exige continuar con el trabajo de exploración. Por ello, la mayoría prefieren aferrase al dogma, eliminando mecánicamente cualquier atisbo de duda con razonamientos tan aplastantes como el de: “eso ha sido así toda la vida de Dios y punto”.



Pero afortunadamente existen otro tipo de personas que, bien desde la humildad en la aceptación de su ignorancia o bien desde la sabiduría, utilizan un medicamento por el que siempre he sentido una especial debilidad. El medicamento se llama PROVOCAR  y está compuesto en su totalidad por “despertina”, una sustancia etérea que tiene la virtud de joderte los esquemas más de lo que pensabas que los tenias, con la intención de que comiences a cambiarlos.  

No tiene fácil tolerancia, ya lo advierto, pero sus efectos positivos, si bien aparecen a largo plazo, son incuestionables.



Una vez prevenido el lector, y libre de abandonar la lectura si así lo considera, me dispongo a administrar una ligerísima dosis de este medicamento. Allá va.

Hablemos de la corona. ¿Qué se pensaban ustedes? ¿Acaso tenían la esperanza de encontrarse en estos días un texto que no versara sobre el temita de la abdicación de Juan Carlos?, ¿de verdad se piensan que soy tan original?  Pues No. Yo me dispongo a darles la paliza con mi opinión, aunque, y aquí radica la diferencia, lo haré con el sano propósito de confundirles todo lo posible.


Veamos, ¿es necesaria la Monarquía?  La respuesta es obvia, un sistema basado en derechos hereditarios no tiene lógica cabida en una democracia. Luego entonces, podemos deducir que lo ideal sería la república. Pues mire usted, depende.

Imaginarme a gran parte del espectro político pasado y presente encarnando los poderes que otorga el cargo de Presidente de la República me pone los pelos como escarpias.



El problema no es Juan Carlos I, ni Felipe VI. Ni siquiera el sistema en sí es problemático de base. Un rey que actuase siempre de forma humilde, razonable, humana, que se desviviera por su pueblo buscando el bien común, que se autoimpusiera el salario mínimo y al que no le importará ceder su puesto a aquel que demostrase más capacidades positivas que él, sería un Rey amado por su pueblo. Por todo su pueblo. Claro que pensándolo bien, eso más que un Rey es un sabio.

¡Eureka!, he aquí el problema real (¡toma juego de palabras!)


¿Estamos todos de acuerdo en hacer que aquel cuya sabiduría sobrepase a la de los demás sea quien se haga cargo del poder?, ¿Si?..... ¿Seguro?.... ¿de verdad que sí?....  ¡no se lo cree ni usted!


Un sabio solo podría gobernar, sin que le decapiten en las primeras semanas de mandato, en un lugar donde la sabiduría, en mayor o menor escala, reine entre la mayoría de su pueblo.  Si no es así, las decisiones del mandatario serán incomprendidas, y por lo tanto malinterpretadas, y por lo tanto la reacción del pueblo será la de…. ¡zas! Guillotina al tanto y que pase el siguiente.   Y el siguiente, que será sabio y por ello no será gilipollas, se negará a gobernar porque o bien tendría que actuar en contra de sus principios o acabaría con la cabeza en una cesta de mimbre. Y será entonces cuando pase el siguiente, y el siguiente, y el siguiente… y así, poco a poco iremos bajando el nivel de sabiduría hasta llegar a encontrar a alguien que esté dispuesto a ocupar el trono. Ese, evidentemente, tratará de tener contento al pueblo haciendo lo que tenga que hacer por muy disparatado que sea. Y además lo hará sin afectar demasiado a sus principios, porque hemos bajado tanto el nivel que hemos puesto a gobernar a los más tontos.

Tanto bajar, tanto bajar… y acabó gobernado Rajoy.

El sistema monárquico, tal como lo conocemos en los últimos siglos, pues hubo en otros tiempos y por otros lares reyes muy diferentes, está basado en una injusticia: la de creer que una determinada familia posee unas cualidades especiales para gobernar por el hecho de compartir buena parte de ADN. Y si encima esa familia es la Borbona, la broma ya tiene guasa. 


Por lo tanto, es lógico que muchos españoles quieran (queramos) eliminar la monarquía como un pasito hacia el cambio. Pero eso sí, tengamos claro que con los Aznares, Zapateros, Borbones, Rajoys y González no vamos a ninguna parte. Hay que buscar más y mejor para tratar de encontrar a la persona ideal que mejor represente a la mayoría de los españoles. Con el peligro que esto conlleva. Pues si, por poner un ejemplo, resultase que la mayoría de los españoles son unos ignorantes, egoístas e ineptos , lo justo sería escoger como máximo mandatario a quien mejor encarne estos “talentos”… por ejemplo, Rajoy.


¡Un momento!  ¿A ver si va a resultar ahora que los poderes los están regentando aquellos que mejor nos representan? ...

¿Y si el problema no es la ineptitud de los Gobernantes (que la tienen) para gobernar sino la de los votantes?... 

¿No será que los tontos somos…?…. No, no……no puede ser…..imposible….. eso es un insulto, ¡un insulto!, ¡¡¡NO PIENSO TOLERARLO!!!!...... ¡¡¡Saquen la guillotina y que le corten la cabeza!!!... al otro.


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