Tras siglos de maltrato,
arrinconamiento, sometimiento y subestimación, ha llegado el momento. Todo lo
que el lado masculino tenía que aportar a la historia de la humanidad ya ha
sido presentado. Lo bueno y lo malo. Se ha de empezar a extinguir el insistente
incendio de las guerras, las ansias de poder, la violencia para imponer ideas,
la competitividad agresiva o la imposición del más fuerte. Todo esto está
agotado y nos lleva desde hace muchos años a caminar en círculo. Llegó el
momento del cambio, llegó el momento de la feminidad.
Antes de seguir vamos a
aclarar los conceptos. Una cosa es ser hombre o mujer, que no es más que una
cuestión de género que conlleva unas claras diferencias físicas (y psicológicas,
pero asociadas a lo que ahora vamos a desarrollar), y otra bien diferente es
ser femenino o masculino. En realidad todos somos ambas cosas. Todo hombre
posee una parte femenina más o menos desarrollada, al igual que toda mujer
desarrolla más o menos su parte masculina.
El libro de la historia que
entre todos hemos ido escribiendo, nos ha llevado por una sobreexplotación de
lo masculino sobre lo femenino, con la lógica victimización de la mayoría de
las mujeres y de muchos hombres con sensibilidad desarrollada. La imperante
lucha por el poder y el apego al mismo son un rasgo puramente masculino. El uso
de la violencia para imponerse y conseguir sus propósitos, también. El interés
por lo puramente terrenal y la despreocupación por lo que va más allá de lo que
ves, igual.
El hombre, generalmente, por
su naturaleza, es fundamentalmente masculino. Es el sol, la fuerza, la tierra,
las matemáticas, el mecánico, la mano que opera, el ejecutor. La mujer, en
cambio, y también hablando de forma genérica, es la luna, la sensibilidad, el
cielo, la poesía, la que inventa, la que escribe, la que sueña, la que indaga,
la curiosa…pero sobre todo, la que por encima de cualquier otra cosa, Ama.
En esta vida todo se presenta
en dualidad. Es la base que sostiene el principio fundamental de la naturaleza:
el equilibrio. Al igual que es imposible que exista la luz sin la oscuridad, es
también irrealizable la idea de un mundo que se sostiene tan solo en los
principios masculinos. Está condenado a la autodestrucción irremediable al ir
en contra de la propia naturaleza a la que pertenece. Y como ha sido el hombre,
en las sociedades dominantes, el único señor hasta la fecha, lo lógico y
natural es que sea la mujer, con toda su feminidad, la que tome las riendas. Ya
llegará el momento de equilibrar.
Aclaremos otra cosa, actuar desde
lo femenino y el actuar de una mujer no es en absoluto lo mismo. De hecho, las
pocas dirigentes políticas de “primeros” países son fundamentalmente
masculinas, actúan con lo peor del perfil macho, porque en un mundo de
dominación varonil esta es la única forma de alcanzar el poder, y además ellas
tenían que demostrar que son más hombres que ningún otro hombre. Margaret Thatcher,
Esperanza Aguirre, De Cospedal, Ángela Merkel…son sinónimos de fuerza, de
imposición, de falta de dialogo, de lucha…o sea, son predominantemente
masculinas.
Luego entonces, ¿Cómo sería
un o una gobernante que actúa desde su feminidad?. Evidentemente se asemejaría
más a la figura de una madre que a la de un padre. Es decir, comprensiva,
dialogante, tolerante, emprendedora, soñadora, educativa, flexible y ante todo
amorosa. Esto no quiere decir que vaya repartiendo besos por doquier, aunque
tampoco estaría mal, sino que actuaría siempre guiada por la intención de hacer
el bien a sus ciudadanos. ¿Qué si se equivocaría?, por supuesto. Tener buena
intención no es igual a acertar siempre. Sin embargo, cambiaría de forma
radical el papel de la política. Se pueden defender los intereses de un país
sin perder de vista los del vecino. No digo que preocupándose por ellos, eso ya
sería la hostia y lo dejaremos para más adelante, pero sí tratando de no hacer
daño. Para comenzar no estaría nada mal.
No es una cuestión de cambiar
géneros de golpe, quitando a los hombres y poniendo en su lugar a las mujeres.
Sino de ir transformando las formas masculinas a las femeninas. Poco a poco los
hombres irán dejando sus puestos para que estos sean ocupados por mujeres. Es
lógico, ellas son las maestras de este tiempo que se nos avecina.
Si piensa usted que peco de
optimista no seré yo quien se lo niegue, es un rasgo puramente femenino.
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