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miércoles, 7 de agosto de 2013

Se alzarán los párpados del corazón dormido




Tras siglos de maltrato, arrinconamiento, sometimiento y subestimación, ha llegado el momento. Todo lo que el lado masculino tenía que aportar a la historia de la humanidad ya ha sido presentado. Lo bueno y lo malo. Se ha de empezar a extinguir el insistente incendio de las guerras, las ansias de poder, la violencia para imponer ideas, la competitividad agresiva o la imposición del más fuerte. Todo esto está agotado y nos lleva desde hace muchos años a caminar en círculo. Llegó el momento del cambio, llegó el momento de la feminidad.

Antes de seguir vamos a aclarar los conceptos. Una cosa es ser hombre o mujer, que no es más que una cuestión de género que conlleva unas claras diferencias físicas (y psicológicas, pero asociadas a lo que ahora vamos a desarrollar), y otra bien diferente es ser femenino o masculino. En realidad todos somos ambas cosas. Todo hombre posee una parte femenina más o menos desarrollada, al igual que toda mujer desarrolla más o menos su parte masculina.  

El libro de la historia que entre todos hemos ido escribiendo, nos ha llevado por una sobreexplotación de lo masculino sobre lo femenino, con la lógica victimización de la mayoría de las mujeres y de muchos hombres con sensibilidad desarrollada. La imperante lucha por el poder y el apego al mismo son un rasgo puramente masculino. El uso de la violencia para imponerse y conseguir sus propósitos, también. El interés por lo puramente terrenal y la despreocupación por lo que va más allá de lo que ves, igual.

El hombre, generalmente, por su naturaleza, es fundamentalmente masculino. Es el sol, la fuerza, la tierra, las matemáticas, el mecánico, la mano que opera, el ejecutor. La mujer, en cambio, y también hablando de forma genérica, es la luna, la sensibilidad, el cielo, la poesía, la que inventa, la que escribe, la que sueña, la que indaga, la curiosa…pero sobre todo, la que por encima de cualquier otra cosa, Ama.

En esta vida todo se presenta en dualidad. Es la base que sostiene el principio fundamental de la naturaleza: el equilibrio. Al igual que es imposible que exista la luz sin la oscuridad, es también irrealizable la idea de un mundo que se sostiene tan solo en los principios masculinos. Está condenado a la autodestrucción irremediable al ir en contra de la propia naturaleza a la que pertenece. Y como ha sido el hombre, en las sociedades dominantes, el único señor hasta la fecha, lo lógico y natural es que sea la mujer, con toda su feminidad, la que tome las riendas. Ya llegará el momento de equilibrar.

Aclaremos otra cosa, actuar desde lo femenino y el actuar de una mujer no es en absoluto lo mismo. De hecho, las pocas dirigentes políticas de “primeros” países son fundamentalmente masculinas, actúan con lo peor del perfil macho, porque en un mundo de dominación varonil esta es la única forma de alcanzar el poder, y además ellas tenían que demostrar que son más hombres que ningún otro hombre. Margaret Thatcher, Esperanza Aguirre, De Cospedal, Ángela Merkel…son sinónimos de fuerza, de imposición, de falta de dialogo, de lucha…o sea, son predominantemente masculinas.

Luego entonces, ¿Cómo sería un o una gobernante que actúa desde su feminidad?. Evidentemente se asemejaría más a la figura de una madre que a la de un padre. Es decir, comprensiva, dialogante, tolerante, emprendedora, soñadora, educativa, flexible y ante todo amorosa. Esto no quiere decir que vaya repartiendo besos por doquier, aunque tampoco estaría mal, sino que actuaría siempre guiada por la intención de hacer el bien a sus ciudadanos. ¿Qué si se equivocaría?, por supuesto. Tener buena intención no es igual a acertar siempre. Sin embargo, cambiaría de forma radical el papel de la política. Se pueden defender los intereses de un país sin perder de vista los del vecino. No digo que preocupándose por ellos, eso ya sería la hostia y lo dejaremos para más adelante, pero sí tratando de no hacer daño. Para comenzar no estaría nada mal.

No es una cuestión de cambiar géneros de golpe, quitando a los hombres y poniendo en su lugar a las mujeres. Sino de ir transformando las formas masculinas a las femeninas. Poco a poco los hombres irán dejando sus puestos para que estos sean ocupados por mujeres. Es lógico, ellas son las maestras de este tiempo que se nos avecina.

Si piensa usted que peco de optimista no seré yo quien se lo niegue, es un rasgo puramente femenino.

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