Una de mis aficiones más peligrosas es hacer zapping. Comienzo dándole una vuelta completa al dial hasta comprobar que, como ya sabia, no hay nada que me interese ver. Sin embargo, lejos de emprender la retirada como seria lógico, comienzo una nueva vuelta con la baldía esperanza de que en esta ocasión encontraré aquello que estaba buscando, que por otra parte no sé lo que es.
De esta forma, y antes de darme cuenta, entro en bucle. Paso
canales cada vez más rápido y juego a ir “adivinando” que me voy a encontrar en
el siguiente canal de la lista; una especie de entrenamiento de memoria. No sé
durante cuanto tiempo hago esto, el poder hipnótico del zapping rompe las
barreras del tiempo y el espacio.
Uno de los días en que me hallaba practicando este extraño
“deporte” (pues el “bíceps” pulgar no veas como se pone) me tropecé de repente
con la Pantoja. Este personaje tiene un curioso magnetismo cuando aparece en
televisión. Pruebe usted a cambiar de canal cuando esté viéndola, ¿a que no
puede?, ya se lo dije, esta señora tiene telegenia, además de hirsutismo.
Resulta que a la
señora le estaban preguntando sobre el futuro profesional de su único vástago,
que por entonces era un retaco aún sin terminar (poco después engordó mucho, y
quedó terminado). Pues bien, de la boca de doña Isabel salió una de las
sentencias más crueles, y clarificadoras respecto a lo que ocurriría después,
que una madre puede verter sobre un hijo. Dijo algo así: “Yo le he dicho que él
puede elegir dedicarse a lo que quiera, pero elija lo que elija, tiene que ser
el mejor”. No se me ocurre peor sentencia.
Huelga decir lo que
ocurrió. Los personajes son suficientemente conocidos, pero por si acaso haré
un rápido resumen: El niño eligió ser idiota y si no el mejor, se convirtió en
uno de los mejores. Aunque probablemente no era eso a lo que se refería su
madre.
Solo hay una cosa
peor que un pueblo que basa su modo de vida en la competitividad salvaje, otro
que, con raíces bien distintas, trata de imitarle. Y en cierto modo, en eso se
ha convertido España. Lejos de adaptar las mejores costumbres yanquis y
descartar las perjudiciales, actuamos al revés. Y conste que no somos únicos en
esto. China ha tenido la explosiva idea (lo de explosiva ya veremos con el
tiempo si es metáfora o no) de unir en su política lo peor de cada casa. El
capitalismo salvaje unido al comunismo dictatorial convierten al país asiático
en el mejor ejemplo de economía saludable, a base de joder la salud de sus
gentes. Incluso ya le han salido admiradores entre el empresariado español, que
ponen al gigante chino como ejemplo. ¡Qué raro, con lo malos que eran los
comunistas hace dos días!.
Vuelvo a la Pantoja.
¿Acaso esta mujer es una demente que trata de arruinar la vida de su hijo?. No
la conozco, pero muy posiblemente NO. Luego entonces, ¿qué le lleva a exigirle
al producto de su propia sangre la carga de algo tan pesado como la obligación
de ser el mejor?. Descartada la mala fe, nos queda una respuesta, la
ignorancia. La misma que ha llevado a la mayoría de nuestros padres a soñar,
cuando no a exigir, con que sus hijos acaben convertidos en estrellas. En
“superfamosos”.
Cuando yo era
pequeño, y de esto no hace mucho tiempo pues soy un pipiolo efervescente de ….%&&$···¿=))” (interferencia)
años, los niños, empujados por el deseo insatisfecho de nuestros padres,
soñábamos con convertirnos en futbolistas de un gran equipo, cantantes de
éxito, médicos laureados…etc. Es la misma trampa que sufrió “paquirrín” (le
ruego al susodicho me perdone el sobrenombre, pero es que me hace mucha gracia
llamarle así ahora, viendo lo lozano que está). La diferencia estriba en que se
ha ido imponiendo aquello de que “el fin justifica los medios”. Si bien la
Pantoja, producto de otra generación, quería ver a su hijo convertido en un
gran profesional que se ha hecho famoso por su buen hacer, el chiquitín,
producto de esta generación, entendió que tenía que ser “superfamoso” a toda
costa, y desgraciadamente, lo consiguió.
Los tiempos cambian.
Veremos hacia donde nos lleva la barca en este viaje a la deriva, pero lo que
está claro es que estos conceptos están agotados. Ya no sirve ser el mejor,
porque estamos descubriendo que siempre habrá alguien mejor, si no hoy será
mañana, luego esta idea es un sueño fugaz. Además, la satisfacción del éxito es
también efímera, una vez conseguido el reto ¿ahora qué?. Las bases competitivas
de la sociedad Norteamericana se están derrumbando, junto al resto del imperio.
Y todos sus imitadores caerán con ellos, si cabe, con más fuerza.
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