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miércoles, 24 de julio de 2013

Pantojas y Paquirrines



Una de mis aficiones más peligrosas es hacer zapping. Comienzo dándole una vuelta completa al dial hasta comprobar que, como ya sabia, no hay nada que me interese ver. Sin embargo, lejos de emprender la retirada como seria lógico, comienzo una nueva vuelta con la baldía esperanza de que en esta ocasión encontraré aquello que estaba buscando, que por otra parte no sé lo que es.
De esta forma, y antes de darme cuenta, entro en bucle. Paso canales cada vez más rápido y juego a ir “adivinando” que me voy a encontrar en el siguiente canal de la lista; una especie de entrenamiento de memoria. No sé durante cuanto tiempo hago esto, el poder hipnótico del zapping rompe las barreras del tiempo y el espacio.

Uno de los días en que me hallaba practicando este extraño “deporte” (pues el “bíceps” pulgar no veas como se pone) me tropecé de repente con la Pantoja. Este personaje tiene un curioso magnetismo cuando aparece en televisión. Pruebe usted a cambiar de canal cuando esté viéndola, ¿a que no puede?, ya se lo dije, esta señora tiene telegenia, además de hirsutismo.
Resulta que a la señora le estaban preguntando sobre el futuro profesional de su único vástago, que por entonces era un retaco aún sin terminar (poco después engordó mucho, y quedó terminado). Pues bien, de la boca de doña Isabel salió una de las sentencias más crueles, y clarificadoras respecto a lo que ocurriría después, que una madre puede verter sobre un hijo. Dijo algo así: “Yo le he dicho que él puede elegir dedicarse a lo que quiera, pero elija lo que elija, tiene que ser el mejor”. No se me ocurre peor sentencia.

Huelga decir lo que ocurrió. Los personajes son suficientemente conocidos, pero por si acaso haré un rápido resumen: El niño eligió ser idiota y si no el mejor, se convirtió en uno de los mejores. Aunque probablemente no era eso a lo que se refería su madre.

Solo hay una cosa peor que un pueblo que basa su modo de vida en la competitividad salvaje, otro que, con raíces bien distintas, trata de imitarle. Y en cierto modo, en eso se ha convertido España. Lejos de adaptar las mejores costumbres yanquis y descartar las perjudiciales, actuamos al revés. Y conste que no somos únicos en esto. China ha tenido la explosiva idea (lo de explosiva ya veremos con el tiempo si es metáfora o no) de unir en su política lo peor de cada casa. El capitalismo salvaje unido al comunismo dictatorial convierten al país asiático en el mejor ejemplo de economía saludable, a base de joder la salud de sus gentes. Incluso ya le han salido admiradores entre el empresariado español, que ponen al gigante chino como ejemplo. ¡Qué raro, con lo malos que eran los comunistas hace dos días!.

Vuelvo a la Pantoja. ¿Acaso esta mujer es una demente que trata de arruinar la vida de su hijo?. No la conozco, pero muy posiblemente NO. Luego entonces, ¿qué le lleva a exigirle al producto de su propia sangre la carga de algo tan pesado como la obligación de ser el mejor?. Descartada la mala fe, nos queda una respuesta, la ignorancia. La misma que ha llevado a la mayoría de nuestros padres a soñar, cuando no a exigir, con que sus hijos acaben convertidos en estrellas. En “superfamosos”.

Cuando yo era pequeño, y de esto no hace mucho tiempo pues soy un pipiolo efervescente de ….%&&$···¿=))” (interferencia) años, los niños, empujados por el deseo insatisfecho de nuestros padres, soñábamos con convertirnos en futbolistas de un gran equipo, cantantes de éxito, médicos laureados…etc. Es la misma trampa que sufrió “paquirrín” (le ruego al susodicho me perdone el sobrenombre, pero es que me hace mucha gracia llamarle así ahora, viendo lo lozano que está). La diferencia estriba en que se ha ido imponiendo aquello de que “el fin justifica los medios”. Si bien la Pantoja, producto de otra generación, quería ver a su hijo convertido en un gran profesional que se ha hecho famoso por su buen hacer, el chiquitín, producto de esta generación, entendió que tenía que ser “superfamoso” a toda costa, y desgraciadamente, lo consiguió.

Los tiempos cambian. Veremos hacia donde nos lleva la barca en este viaje a la deriva, pero lo que está claro es que estos conceptos están agotados. Ya no sirve ser el mejor, porque estamos descubriendo que siempre habrá alguien mejor, si no hoy será mañana, luego esta idea es un sueño fugaz. Además, la satisfacción del éxito es también efímera, una vez conseguido el reto ¿ahora qué?. Las bases competitivas de la sociedad Norteamericana se están derrumbando, junto al resto del imperio. Y todos sus imitadores caerán con ellos, si cabe, con más fuerza.





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