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lunes, 25 de noviembre de 2013

Aspiro a perder mi nombre






Los verdaderos momentos de crisis, esos que nos llevan al borde del abismo, son la mejor oportunidad que tenemos para conseguir una vida mejor. Y tener una vida mejor, en el sentido mayúsculo de la expresión, significa crecer.

Seguro que más de uno aún recuerda aquellas etapas que surgían al traspasar la primera infancia en las que de pronto, y sin motivo aparente, caíamos enfermos. Poco tiempo después, los adultos de nuestro alrededor a los que hacía algún tiempo que no veíamos, nos descubrían para señalarnos cuanto habíamos crecido desde la última vez.

Y es que crecer, nos guste o no, siempre duele. El crecimiento implica subir a otra altura, y para ello, como si de un alpinista se tratara, se nos obliga a soltar lastre.

Vamos acumulando cosas en nuestra mochila que nos ayudan a sobrevivir en un tiempo y lugar concreto. Pero tarde o temprano, y por más que nos hayamos encariñado con ellas, nos vemos obligados a dejarlas tiradas en el camino, a prescindir de ellas, a abandonarlas, si lo que queremos es continuar con nuestra aventura y no quedarnos anclados en el viaje. No se puede andar mucho tiempo con una mochila demasiado cargada. Muchos lo intentaron y todos fracasan.

Permíteme contarte dos cuentos. Este es el primero:

“Vácuo era un pozo. Alrededor de él habitaban otros muchos agujeros. Unos profundos y llenos de agua, otros semicubiertos de tierra y flores.  Pero él no tenía nada de eso, y a pesar de no ser un pozo muy profundo, su interior había sido utilizado para arrojar basura.
La envidia y la tristeza llevaron a Vácuo a una situación de continua protesta contra su mala suerte. Se preocupaba más de maldecir aquello que los otros pozos tenían, que de intentar encontrar una solución a su penosa existencia.
La ira fue creciendo día tras día hasta dar paso a la más absoluta desesperación. Vencido por una angustia infinita, reunió todas las fuerzas que le quedaban para lanzar fuera de sí la basura que durante años había ido acumulando.
Tres días estuvo vomitando mierda, ante el asombro de sus compañeros, que veían como manaba la bazofia de aquel agujero triste, de aquel pozo sin valor.
Al comenzar el cuarto día,  Vácuo había soltado toda la basura de su interior.
Cuando volvió la mirada hacia sí mismo para tratar de ser compasivo con su propio vacio, quedó cegado por el resplandor. Algo intenso brillaba allí dentro. No tenía sensación de humedad, luego aquello no podía ser el reflejo del agua. Enfocó como pudo la mirada para sus adentros y descubrió que las paredes del fondo, de su fondo, estaban plagadas de oro.
El oro siempre había estado allí.”


Cuando llega la crisis, todo aquello que un día nos sirvió ha terminado por convertirse en basura y sólo tenemos dos caminos que tomar:

Uno, el de auto convencernos de que lo que nos fue útil en algún momento de nuestra vida puede seguir siéndolo y simplemente hay que esperar, sobrevivir como se pueda y quedarnos quietos en la seguridad que con el tiempo nos hemos ganado.

Dos, comenzar a expulsar todo, y digo TODO, lo que sobra. Nos iremos quedando vacios, poco a poco, hasta descubrir que es lo que realmente hay ahí dentro.


En esto no hay una contestación correcta y otra errada, lo siento. La única respuesta válida es la suya.



Para confundirlo un poco más, permítame contarle el segundo cuento:

“Aname llevaba años viajando por todo el mundo en busca de la verdad. Por fin, en un rincón perdido del planeta, encontró la puerta que conduce al templo de la sabiduría. Ésta, por supuesto, estaba cerrada.
Aname llamó golpeando con sus nudillos varias veces en la recia madera del portón.
·         ¿Quién es? – dijo una voz al otro lado-
·         Soy Aname
·         Aquí no estamos esperando a ningún Aname. ¡ Márchate!

Terriblemente decepcionado,  Aname pensó que había errado a la hora de dar la respuesta correcta. Aquello debía de tratarse de una prueba para comprobar su grado de sabiduría antes de dejarlo pasar. Probó otra vez.

·         ¿Quién es ahora?
·         Soy yo –dijo Aname-
·         Aquí ya somos demasiados, ¡Márchate!

La desesperación comenzaba a adueñarse de él. Probó una vez más.
·         ¿Quién es?
·         Soy Tu
·         Yo estoy aquí dentro, así que no necesito abrir para entrar. ¡Márchate, te digo!

Tantos años buscando aquel lugar no iban a servir para nada. Había pasado por todo tipo de calamidades en su viaje por el mundo tratando de encontrar aquel lugar, y ahora…
Aname cayó de rodillas y lloró como un niño cuando se dio cuenta de que nunca podría descubrir la clave para penetrar en el mundo de la sabiduría. Todo había sido inútil, su esfuerzo, su trabajo, su búsqueda incesante terminaba allí, en la puerta y sin poder pasar. 

Jamás se había sentido tan vacio. 

Se levantó con la cara aún empapada de lágrimas y toco la puerta una última vez antes de marcharse.

·         ¿Quién es?

Aname, completamente vencido, no se molestó en buscar una respuesta adecuada y simplemente dijo:

·         No lo sé

Y entonces las puertas de la sabiduría se abrieron  para dejarlo pasar.”


Evolucionar, desde el punto de vista de la Sociedad o del individuo, es siempre una apuesta arriesgada. Pero si no queremos hacerlo, si preferimos acurrucarnos en nuestra zona de confort para no perder nada de lo que tenemos, sólo hay que esperar, sin hacer nada, sin cambiar nada. A la espera de la siguiente crisis.


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