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miércoles, 29 de enero de 2014

Cosas que turban más (y viceversa)





Llega un momento en el que la reacción provocada por un hecho alarmante y peligroso cuya reiteración se sostiene en el tiempo, muta hacia un estado mucho más templado que el que provocó la primera impresión del encuentro con tales hechos.


Parezco un político en campaña electoral, ¿verdad?  Como la comparación no me satisface, rehago el primer párrafo de este texto para expresarlo con palabras llanas: del desastre social provocado por nuestros poderes (inclúyase aquí a grandes empresarios, tertulianos sabelotodo o poderes religiosos entre otros, amén de políticos)  ya no me sorprende casi nada. Es más, comienzo a divertirme con sus ocurrencias.

Uno empieza a sentirse como esos músicos del Titanic que ante la imparable llegada de la catástrofe insisten en seguir tocando, a modo de venganza contra el cruel destino. Ahí va la última y más sonora pedorreta, propias de un Berlanga o Fellini, ejemplos mucho más latinos.  


Les cuento todo esto intentando hacerles entender el motivo por el cual he optado por la carcajada sin complejos, en lugar de la ira manifiesta, cuando, gracias a la colaboración de un amigo que ha tenido la gentileza de llamar mi atención sobre ello, he leído el artículo que el glorioso y siempre ponderado diario ABC (¡por Dios, entiéndase la ironía!) ha tenido a bien publicar en su edición digital (desconozco si en la versión impresa también aparecía, no pienso comprobarlo, ya voy sobrado de papel higiénico en casa).

Bajo el nombre de “¿Cómo se evita la masturbación?”, un descendiente directo del Homo Stupid, que aprendió a escribir pero por lo visto no a firmar, pues el articulito aparece limpio de polvo y paja (¡vaya, que ocurrencia tan indecorosa!) en lo que a la autoría se refiere, ha esparcido a lo largo y ancho de una página un cúmulo impagable de recetas mágicas para la felicidad, cuyo único requisito consiste en dejar de acariciarse la entrepierna.

 

El autor sustenta  su teoría en cuatro puntos, cazados al vuelo, que lo mismo le sirven para defender los beneficios de la “pureza sexual” que para tratar de prevenirnos sobre el peligro de las drogas. No tiene pies ni cabeza nada de lo que expone por el simple hecho de que lo expuesto es en su idea original fundamentalmente ridículo.  Y cuando uno se arriesga a sumergirse en las movedizas arenas de lo increíble, lo mínimo que se le exige es que sea divertido e interesante lo que cuenta, aunque sea la mayor chorrada del mundo.

No es el caso. No tiene gracejo alguno, probablemente el autor se levantó está mañana bañado en la incómoda sensación de haber sido víctima de una deshonrante  polución nocturna, soñando Dios sabe qué, y decidió de inmediato ponerse a redactar unas líneas cargadas de culpa a modo de cilicio. ¡Allá él!, eso no me molesta, cada uno es libre de flagelarse cuanto quiera (aunque no voy a negarles la tristeza que me causa semejante actitud) siempre y cuando no salpique con la sangre. Lo que sí me molesta es esa manía que tienen algunos de contagiar sus complejos, con la absurda idea de que al repartirlos, los suyos irán menguando.


Sin embargo, como les contaba al principio, a pesar de todo, la lectura del artículo me ha provocado más risa que otra cosa. 

Sobrepasa con creces el límite de lo razonable (lo que podríamos llamar Frontera Marhuenda) y por ello no es capaz de despertar mi ira, no puedes tomártelo en serio por mucho que el escribiente lo haya ejecutado con toda su seriedad.

Aunque sí he de reconocer algo positivo en el escrito. El tema de la erotización de la sociedad, como lo llama el articulista, o la inundación de sexo como gancho para jugar con tus deseos y por ende manipularte, me parece un tema muy interesante. Aunque huelga decir que aquí también el autor falla estrepitosamente en su análisis,  quedándose en lo más superfluo y simplón.   Pero insisto, el tema vale la pena, y en otra ocasión me dispondré a tratarlo.

Volviendo al tema que hoy nos ocupa, es curiosa la enfermiza obsesión que los poderes religiosos tienen sobre el sexo. Y es que  los guardianes de la moral recurren una y otra vez al tema por un motivo primordial, complejos y perversiones propias al margen, y es el adiestramiento de la manada en pro del sostenimiento del poder. La invención de la culpa es al Vaticano lo que el descubrimiento de la penicilina al ámbito médico. Sin ella la gente podría comenzar a descubrir al otro, a descubrirse a sí mismo y lo que es “peor”, descubrir que tú y yo somos perfectos,  y que por lo tanto no necesitamos que nadie interceda entre nosotros y nuestra deidad.


Por todo ello los poderes siempre te ayudan a encontrar tu culpa. El sacerdote te lanzará a la chepa todo el peso de tu sexualidad (malentendida, por supuesto) , el político todo el de tu inmovilidad (al tiempo que trabaja para que sigas inmóvil) y el banquero el de tu incompetencia (ya que, según ellos, si no tienes dinero es porque no te lo mereces). 


Y de todo este mejunje ¿qué sacamos?.... Esto, la sociedad actual.


Aunque sea por joder (figurada o literalmente), estaría bien comenzar a hacer justo lo contrario de lo que predican los mandones de diferente ramo.

Un último consejo, tóquense. Pero sobre todo toquen a los demás. 


miércoles, 22 de enero de 2014

La pirámide invisible





En el año 1948 Arthur C. Clarke daba vida a un relato corto de ciencia ficción que sería la base para un libro posterior y una película llamada 2001: Una odisea del espacio.   En este, un grupo de astronautas se dirige por primera vez a la luna para descubrir un extraño objeto piramidal que radia un campo magnético muy potente.  Al parecer, unos alienígenas, mucho más avanzados que los terráqueos, dejaron ese objeto en la luna a la espera de que el hombre evolucionara lo suficiente como para poder contactar con él.

En 1969 el Apolo XI, en una misión enviada por los EEUU (país que pertenece al mismo planeta que Angola o Kirguistán, aunque a ellos les cueste creerlo)  aluniza  en nuestro bello satélite y sus tripulantes tienen el honor de darse el primer paseo Lunar. No encuentran ningún objeto piramidal, ni de ninguna otra índole. No había nada, o quizás sí, pero aún no ha llegado el momento de poder verlo.



En el relato de Clarke, cargado de simbolismos y mensajes, el objeto misterioso no destaca tanto por su forma (piramidal y perfectamente pulida), como por las fuerzas “metafísicas” que lo hacen funcionar.  Si Armstrong y compañía hubiesen encontrado algo parecido a lo que se exponía en “El centinela” habríamos entrado en un mar de conjeturas acerca de quién ha podido dejar ese objeto allí y cuál es su significado, pero nada más. Lejos de aumentar nuestra inteligencia hubiera servido para alimentar nuestra confusión, y en eso ya vamos sobrados.


Prefiero imaginar que los extraterrestres poseen una especie de mando a distancia mediante el cual pueden ocultar o hacer visible el objeto a sus anchas, mientras, ya de paso, se descojonan de nosotros viéndonos dar saltitos por la Luna sin ton ni son, pasando una y otra vez junto a una pirámide que no somos capaces de ver. Luego, de vez en cuando, el comité de sabios se reúne para decidir si ya es hora de darle al ON a la maquinita.



Es entonces cuando dedican unos momentos a observar la Tierra con detenimiento. 

Miran a EEUU y ven un país poderoso donde una gran parte de su población vive en la pobreza,  o directamente se muere porque no hay sistema de salud que quiera salvarlo.

Miran a China y ven un país de una riqueza filosófica excepcional que ha tenido la gran idea de prescindir de gran parte de su aprendizaje para convertirse en la perfecta mezcla de lo peor de cada casa. Lo peor del comunismo y lo peor del capitalismo.

Miran a Sudamérica y ven a Kirchner o a Evo Morales con discursos de parvulario y acciones de salva patrias, de esas que consiguen hacer de todo menos mantener a salvo la patria.

Miran, miran y miran, y acaban llegando a la conclusión de que a pesar de los pesares, el mundo está lleno de gente buena, personas magníficas a las que bastaría con dar un pequeño empujón para que pudieran evolucionar de forma significativa.



El comité de sabios duda si pulsar la teclita para que ya podamos ver la pirámide, si ya estamos preparados. Pero, desgraciadamente, deciden echar un último vistazo, y no se les ocurre otra cosa que enfocar su atención sobre Europa.  
 ¡Ay!, ¡pena de mis penas!, ahora pueden observar a Merkel, a Hollande y a Rajoy. Y lo que es peor, un listillo tocahuevos del comité señala con su dedito verde y largo, cual espárrago triguero, hacia la plaza de Cibeles, “¡Mirad, mirad eso! – dice refiriéndose a la alcaldesa madrileña-

La hemos cagado, la piramidita de los cojones permanecerá apagada una temporada más. Un planeta lleno de personas potencialmente valiosas que elige dirigentes así no está preparado para contactar con fuerzas extraterrestres. “Por no hablar de lo de Europa –insiste el porculero del dedito triguero- . “Qué sí, que ya sabemos lo de Eurooooopa – le replica otro miembro del comité mucho más cauteloso-“ “Es que lo de la alcaldesa… madre mía, estos siguen atrapados en la edad media…y bla bla bla – replica otra vez, y sin que nadie se lo haya pedido, el dedomierda este-“



En fin, otra vez será.  La mayoría nos vamos a quedar con ganas de ver la dichosa pirámide, al menos por el momento. Quizá sea verdad que algunos, pocos, muy pocos, ya pueden verla, aún desde la tierra, sin necesidad de viajar a la Luna. Pero la mayoría de nosotros tendremos que seguir esperando, caminando a la espera de que hayamos acertado al elegir la dirección.


P.D_ El del dedito, no sé cómo, ha tenido acceso a este blog y ha leído este artículo. La NASA informa de que ha detectado unas fuertes vibraciones procedentes del espacio exterior. Al parecer, cuando intentan traducir esas ondas en sus equipos de audio solo consiguen escuchar una enorme y profunda carcajada.


jueves, 16 de enero de 2014

Construcción blanda con judías hervidas (con permiso de Dalí)





Me parece increíble que determinados “revisionistas” de la historia evolutiva humana sigan empeñados en hacernos creer que el hombre no procede del mono. Basta con contemplar unos instantes la actuación de un grupo de antidisturbios para tener la certeza de que Darwin acertó, si no de pleno, sí en buena parte.

Cuando uno observa aturdido el ir y venir de porras en manos de semejantes cenutrios, se pregunta cómo es posible que éstos y Charles Baudelaire puedan pertenecer a la misma especie. Es más, me pregunto qué extraño mecanismo  mueve la madre naturaleza para hacer que unos evolucionen tanto y otros tan poco. ¿O será una cuestión de elección personal?

El caso es que, al margen de que los Darwinistas tienen en estos zopencos una buena oportunidad para hallar el eslabón perdido, me preocupa mucho más lo que hay encima de los hilos de la marioneta que lo que hay debajo.  
Vivimos tiempos moderadamente convulsos, de eso puede darse cuenta hasta el más Rajo… perdón, digo tonto, y me temo que no tardaremos en descubrir que éstos no son más que la antesala de la rebelión.  Y si mucho no cambia el rumbo, el estallido será doloroso.

No puedo defender la violencia exacerbada. No me gusta, me produce un rechazo natural que me nace de la rabadilla y sube hasta la azotea craneal. Qué le vamos a hacer, nunca seré un supermachote. Pero una cosa es que no me guste y otra bien distinta que no la entienda.  Y cuando en alguna tertulia informal, de esas en las que todos decimos cosas por las que podríamos ser declarados persona non grata, suelto aquello de que un estallido violento en las condiciones en las que estamos sería de lo más normal, lo que quiero decir, concretamente, es que en el nivel evolutivo en el que estamos eso es lo “natural”.


No es de extrañar que algunos sociólogos españoles estén intentando comprender la razón por la cual, tras sufrir unos recortes sociales sin precedentes, el país se mantiene, en su mayoría, en un estado de calma que comienza a ser inquietante.
Yo a esto lo llamo el efecto tsunami.  Como saben, cuando se produce este fenómeno de la naturaleza, el mar comienza a retirarse, a replegarse hacia el interior, para de pronto salir de su habitual cauce con una fuerza desmedida.


Pero lo peor de esto es que, lejos de preocuparse por ello, los mandatarios españoles, grandes desconocedores del pueblo que gobiernan, parecen satisfechos con el hecho de que por el momento el personal sigue aguantando sus continuos ataques. En realidad ellos no lo saben, pero que a estas alturas la gente no haya dicho “hasta aquí hemos llegado” es lo peor que les podría (nos podría) pasar.


No somos Europeos al uso, eso deberían tenerlo en cuenta, y el español tiene la histórica costumbre de soportar mucho hasta un punto en el que no soporta nada. Todavía estamos en la fase en la que un dialogo sería posible. Quizás los “dueños” del cotarro puedan reflexionar, reparar algo de lo que han roto y, sobre todo, no seguir tensando la cuerda. Aunque me temo que esto no será así por una sencilla razón: ellos también son españoles. Y también tienen sus históricas costumbres, por ejemplo, querer diez cuando tienen cinco, veinte cuando consiguen diez y así sucesivamente.


 
La senda que transitamos no puede llevarnos a nada bueno,  y desgraciadamente no somos una sociedad que sepa dar marcha atrás sin antes liarse a hostia limpia intentando encontrar un culpable. Claro que también es posible que España haya cambiado mucho más de lo que a mí me parece, que nos hayamos convertido en ciudadanos muy civilizados y que seamos capaces de reconducir la situación sin sacar las manos a pasear.



Pero qué quieren que les diga, yo miro a esos antidisturbios golpeando sin contemplación a todo aquel que intencionada o accidentalmente se puso en “su” camino y me parece estar viendo a un grupo de españoles de pura cepa, de esos que han ido acumulando kilos de rabia en su interior hasta que un día la bilis les fluye como fuentes por todo el cuerpo. Y ahí no conocen a nadie, la mente está anulada y las tripas toman el control.

Escucho a los tertulianos condenar la violencia de Gamonal con todo tipo de adjetivos y me pregunto si no deberían de guardar algunos para más adelante, por si acaso. 


lunes, 13 de enero de 2014

Caminos divergentes



 

 

 

Gorka Landaburu y Francisco José Alcaraz son dos víctimas de ETA. El primero sufrió en carne propia un intento de asesinato que le dejó importantes secuelas. El segundo padeció la pérdida de varios seres queridos a consecuencia de un atentado con coche bomba.

Determinar cuál de las dos acciones sufridas trajo a sus protagonistas mayor dolor o peores secuelas es imposible. Estas cosas no pueden medirse.


Los dos personajes mantienen una actitud dispar a la hora de encarar esta durísima injusticia. Gorka, opta por la vía del perdón, por el camino del que trata de comprender a aquellos que un día quisieron verle muerto y pusieron para ello toda su intención. Francisco José, en cambio, se mantiene firme en su promesa de no parar nunca en la lucha contra los terroristas, no ceder ni un milímetro ante los que ajaron su corazón.

¿Quién de los dos me merece mayor respeto? Sin dudarlo, ambos.



El dolor es un sentimiento demasiado complejo y autodestructor como para que encima nadie trate de presionarnos tratando de que llevemos nuestro desbocado sufrimiento a su estable punto de vista. 



¿Quién de los dos merece más admiración? En este caso, y dicho sea con el más profundo de los respetos, Gorka.

Y digo esto porque habiendo llegado ambos al mismo infierno, uno ha decidido comenzar el camino de vuelta, y el otro sigue esperando que aquellos que causaron su dolor vengan a reemplazarlo entre las calderas de Lucifer. 


Repito, y no me cansaré de hacerlo, que entiendo ambas posiciones, y que no soy quien, ni trato de serlo, para decidir cuál es la opción que hay que tomar. Pero desde el plano del que no padece ese sufrimiento, sí que puedo expresar lo que veo.

Y veo a un hombre que espera lo imposible, pues por mucho que afile su venganza, por dura que pueda ser la condena contra los asesinos, no abandonará el infierno. Podrá sentirse allí acompañado por los asesinos, pero nadie llegará para darle el revelo. La salida solo depende de él.
Y ésta llega emprendiendo el camino de vuelta. Pero para comenzar a salir de allí, y ahora viene lo difícil y mi admiración por Gorka, primero hay que soltar el peso que nos cargamos en la espalda el día que bajamos al averno: Irremediablemente hay que perdonar.




Ahora es cuando las entrañas de muchos de los que lean estas líneas comienzan a soltar sapos y culebras que, tratando de traducir en palabras, vendrían a decir algo más o menos así:

·         ¿perdonar a quien mató a tu hija, a tu hermano o a tu marido? Eso es imposible
·         Esa gentuza no se merece el perdón
·         Primero que sufran esos malnacidos y luego veremos
·         Esto lo escribes porque tú no has sufrido algo parecido y no tienes ni puta idea de lo que estás hablando….



Serían muchas frases más las que podría mostrar intentando ilustrar los sentimientos que despiertan palabras de perdón cuando nos referimos a unos asesinos, pero con estas cuatro es suficiente para tratar de explicar lo que quiero.

Uno, perdonar en cualquier caso y circunstancia no solo es posible, sino que es una de esas cosas que consiguen las mejores PERSONAS (no digo humanos, digo Personas) y por supuesto no digo que yo me encuentre entre ellas.

Dos, todo aquel que en conciencia se arrepienta del mal causado es merecedor de perdón, pero no por ello será perdonado. Eso solo depende de la víctima. Y ésta está en su derecho de decidir lo que quiera, sea lo que sea, y aunque esa decisión le perjudique.

Tres, el sufrimiento ajeno, incluso el de nuestro verdugo, no elimina el propio. Puede incluso que lo aumente, por muy extraño que pueda parecerle.

Cuatro, tiene usted toda la razón. Ya le dije anteriormente que no pretendo dar lecciones.



Pero la clave de todo esto está en poner el foco en la victima cuando tratamos de ayudarla y dejar de volver una y otra vez la atención hacia los asesinos.  ¿Qué importancia tiene para el agredido el sufrimiento del asesino si éste logra deshacerse del suyo?  Esa es la parte que a mí me interesa, la que atañe al inocente, la que puede devolverle la paz.

¿Estoy con ello pidiendo la puesta en libertad de los asesinos arrepentidos? No. La vida tiene acciones y consecuencias, y aquel que realmente esté arrepentido será el primero en entender que tiene que asumir unas consecuencias, y la cárcel no será la más dura de ellas. Pero, como digo, esto solo atañe a los arrepentidos.

En definitiva, antes de sacar desde la más profunda oscuridad nuestros peores insultos, inyectar los ojos en sangre y unirse a la multitud pidiendo venganza, sería bueno pararse un segundo a pensar si esa es la mejor forma de ayudar a la victimas. 


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