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domingo, 17 de noviembre de 2013

El pecado de una Siemens



Aquel viejo trasto estaba pidiendo a gritos su jubilación. Mientras trataba de relajarse viendo una película sobre la II Guerra Mundial, tema éste que le apasionaba desde niño, la tele volvió a hacer de la suyas.


Era una aparato pesado y corpulento. A diferencia de sus iguales contemporáneos, tenía una espalda exagerada, cheposa y negra, que le daba un aspecto de carga insoportable. Un barriga saliente, relajada, muy lejos del perfecto vientre plano que lucen ahora otras teles.


No había razón para mantenerla. Tenía el dinero suficiente para deshacerse de ella y sustituirla por una de última generación. De esas apaisadas que te permiten pasar del, al parecer, ya insuficiente mundo de las dos dimensiones, al mágico escenario invasivo del 3D. Además, recuperaría gran parte del espacio que ahora le roba su vieja Siemens.


Pero le daba pena. ¡Eran tantos años de mutua compañía!. ¿Cómo iba ahora a abandonarla por el simple hecho de que a uno de los dos se le estaba yendo la cabeza?. Porque eso era lo que pensaba de ella cuando, sin venir a cuento, le cambiaba de canal.


Aquella tarde volvió a hacerlo. Mientras veía la película “La lista de Schindler” en un canal de entretenimiento , se preguntaba como era posible que todo un pueblo, toda una nación, cientos, miles, incluso millones de personas, hubiesen consentido de forma activa u por omisión, que se cometieran todas aquellas barbaridades.


  “Más de doscientos fallecidos en el incendio del barco de Lampedusa…”      “¡Qué hija de puta!”. Gritó mientras buscaba ansiosamente el mando para cambiar de canal. “Ya me ha vuelto a hacer zapping la muy cabrona”.


Instantes después, el clack  clack de la maquina de escribir de aquel judío que ayudaba a Schindler a redactar sus listas, continuó con su musiquilla celestial, sonidos de la salvación a ritmo monótono.  Y mientras el hombre volvía a sumergirse en la historia, nuevas preguntas acudieron a su sesera: ¿Pero como puede alguien permanecer impasible cuando sabe algo como esto?... ¿se puede llegar a ser tan cobarde?, ¡qué asco, qué asco de alemanes!, ¿cómo pudieron degradarse tanto? …


“Según ha declaro el Ministro de Exteriores, las polémicas concertinas no tratan de dañar a nadie, tan solo salvaguardan la legitima seguridad del estado….”
¡Me cago en tus muertos”, dijo el hombre amenazando a su vieja compañera con lanzarle el mando. “¿Se puede saber qué carajo te pasa hoy?”, “Si me lo vuelves a repetir te lanzo por la ventana, ¿me has oído?, ¡por la ventana!”



Cambió nuevamente el canal y pudo seguir viendo la película. Pero el ajetreo que le impuso aquella tarde la vieja Siemens ya no le dejó volver a la normalidad. Una tormenta de imágenes y preguntas cruzaban a toda velocidad por su cabeza: ¿qué hubiera hecho yo de haber nacido en la Alemania Nazi?... ¿Hubiera dejado a los soldados llevarse a todas aquellas personas sabiendo que iban a matarlas?...¿Como se puede vivir sabiéndose cómplice de algo tan horrible?... ¿Héroe vivo o cobarde muerto?...¿héroe vivo o cobarde muerto?..........¿héroe vivo o cobarde….muerto?.

Aquella última cuestión le llenó de angustia. Comenzó a sudar por todas las partes de su cuerpo, las manos empapadas, las sienes perladas y bombeando como una maquina de vapor a todo trapo. Se sentía un poco mareado, un poco desconcertado y un mucho furioso.



“La muerte por tuberculosis del Senegalés al que se le denegó la atención sanitaria…”
El hombre dio un respingo al comprobar como su compañera le traicionaba en el momento en que más necesitaba de ella para calmarse. Respiró hondo, se levantó del sillón y dejó caer el mando. Ni siquiera se molestó esta vez en volver a cambiar de canal, ya no le interesaba la película.

Dio unos pasos hasta llegar a ella. La agarró de los lados con todas sus fuerzas y la arrancó de la pared, sin desenchufarla, para llevarla hasta la ventana y dejarla caer.



Dos semanas después, el hombre ve una divertida comedia americana que ofrecen por televisión. Se ha hecho con un pantallón extraplano de 47 pulgadas. Una nueva amiga que no rechista cuando su amo quiere ver esto u aquello. Obediente, como tiene que ser.


El hombre se siente satisfecho. Tiene lo que quiere, o cuanto menos, lo que cree que quiere. Y ello le hace sentir relativamente cómodo.  Pero, afortunadamente, este hombre es muy despistado, y no se percató de que el mando de su antigua Siemens quedó atrapado entre los blandos y acogedores cojines de su sillón. Gracias a ello, de vez en cuando, siente algunas molestias al sentarse frente a su televisor, provocadas siempre por los restos que dejó su vieja amiga.


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